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Actualidad

Una herida en el corazón de la verdad

By septiembre 30, 2015enero 28th, 2024No Comments

“Serían las cuatro de la tarde cuando nos sorprendieron con un tiroteo alrededor del caserío”. Docente en la escuela de El Sande hacia 1990, Luis Augusto Morán fue testigo de muchas de las acciones que se desencadenaron aquel domingo 9 de septiembre. Militares del Grupo Mecanizado No 3, de la Tercera Brigada del Ejército, llegaron disparando. Sus balas alcanzaron casas y cuerpos. Acusaron a la población civil de colaborar con el XXIX frente de las Farc; reunieron a la gente en una pequeña cancha y allí la obligaron a tenderse durante horas. A la fuerza, algunos jóvenes tuvieron que traer al campo deportivo los cadáveres de dos de las personas que murieron ese día. Cerca de las seis de la tarde, los uniformados permitieron que los retenidos se resguardaran en una capilla que había al frente. Aumentaba la oscuridad en este recodo abandonado del municipio nariñense de Santa Cruz Guachavés. Bajo la llovizna, los perros asediaban los cuerpos inertes.

Sólo hasta el día siguiente, cerca de las seis de la mañana, los militares permitieron que la gente regresara a sus casas. “De la cima nos gritaron que no nos acercáramos a los cadáveres”, recuerda Luis Augusto. La comunidad fue reunida nuevamente hacia las nueve y sólo entonces se supo que entre los cuatro muertos de la jornada anterior estaba la hermana Hildegard Feldmann.

Entre caminos enlodados

Nacida el 4 de abril de 1936 en Näfels, cantón de Glarus, Suiza, Hildegard hacía parte de la Sociedad Misionera de Belén como laica consagrada. “Trabajó 18 años en la India y un año en Bangladesch, prestando servicios de salud en comunidades muy pobres”. Como destacó en su momento el padre Javier Giraldo, autor de Aquellas muertes que hicieron resplandecer la vida, Hildegard vino a Colombia en 1983 y se vinculó al trabajo pastoral en el Vicariato Apostólico de Tumaco. Durante 5 años estuvo en Bocas de Satinga y en 1990 pasó a trabajar en el corregimiento de El Sande, jurisdicción de la Diócesis de Ipiales.

Su entrega y testimonio de vida por aquellos caminos enlodados no pasaron desapercibidos. En poco más de cinco meses hizo mucho para acercarse a la gente, en busca de su desarrollo organizativo y de la defensa de sus derechos más elementales. Muchas personas morían a falta de atención idónea en el corregimiento o eran desahuciadas en el hospital de Samaniego, a donde debían trasladarse recorriendo largas distancias. “Sin embargo, ella llegó y estaba levantando a muchos enfermos”, recuerda Luis Augusto. Precisamente, la tarde del 9 de septiembre la misionera  se encontraba cuidando a la señora Florinda Quiroz en donde José Ramón Rojas Erazo cuando comenzaron los disparos. No hubo el menor aviso. Las balas atravesaron las paredes de madera y el primero en ser alcanzado por ellas dentro de la vivienda fue el dueño de la casa en que funcionaba el dispensario. Después cayó Hildegard, con una herida en el corazón.

“Monja extranjera entre subversivos dados de baja”, fue el título de un artículo de El Espectador el 14 de septiembre, que daba por ciertas las informaciones puestas a disposición de los medios de comunicación por parte de la Tercera Brigada. El texto afirma que “la monja de la orden de las Misioneras Laicas fue identificada como María Fieldelmann Hildelgar (sic.) con cédula de extranjería 213363-25889 de Bogotá, quien en el momento del combate se encontraba prestando auxilio a varios guerrilleros heridos que ocupaban una casa”. Y añade: “En el enfrentamiento murieron otros tres guerrilleros, uno de ellos identificado como Ramón Rojas Erazo, natural de Santa Cruz, y dos de los que se desconocen sus nombres”.

El entonces obispo de Ipiales, Mons. Gustavo Martínez Frías, dio cuenta en un comunicado del ministerio de Hildegard, destacando el ejemplo de su vida y rechazando la información trasmitida por la Tercera Brigrada. Solicitó a la Procuraduría General de la Nación y a la Comisión Internacional de Derechos Humanos una exhaustiva investigación para que hubiese total claridad sobre las circunstancias de su muerte y la de Ramón Rojas, quien también se desempeñaba como catequista. “Los pobres de las regiones que recibieron sus incansables desvelos rechazan confundidos e indignados la versión difundida por algunos medios de comunicación de que Hildegard María Feldmann formara parte del grupo guerrillero que tuvo enfrentamientos con el Ejército Nacional”, sostenía el prelado.

Como ha recordado recientemente la Comisión Colombiana de Juristas, la Justicia Penal Militar cerró el caso a un año de los hechos y absolvió a los militares implicados. Sin embargo, en reacción a una denuncia recibida el 31 de marzo de 1992, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) concluyó que el Gobierno de Colombia era responsable de la muerte de Rojas, de la misionera y de Hernando García, un joven campesino ejecutado a quemarropa después de caer herido aquel mismo domingo de 1990. En su informe, la CIDH recomendó al Estado colombiano continuar y profundizar la investigación sobre los hechos, con el fin de lograr sancionar a los responsables. Solo hasta hace dos años la justicia ordinaria reabrió el caso: uno de los primeros eventos de ejecuciones extrajudiciales en Nariño.

El grito de los pobres

Como señala la hermana Nuvia Martínez, del Servicio Pastoral Social Vicaría San Juan Bautista, la gente aún guarda con detalle la memoria de los hechos ocurridos en 1990. Muchas casas quedaron convertidas en areneras, debido a las balas. El dispensario fue saqueado por los uniformados y en helicópteros descendían militares los días posteriores a la masacre, con la intención de ganarse el favor y el silencio de los campesinos a través de la entrega mercados. La gente de la región sufrió mucho al ser estigmatizada como auxiliadora de la guerrilla. Hay historias de personas que fueron retenidas y que se salvaron de ser ejecutadas debido a que la comunidad se organizó para exigirle al ejército su liberación.

En 1997 se constituyó el Cabildo Indígena Awá de El Sande. Sin embargo, ni el abandono estatal ni la violencia se detuvieron. La muerte se recata en la memoria y en la tierra. Los enlodados caminos por donde en el pasado transitó la hermana Hildegard fueron sembrados con minas antipersonales, una estrategia de las Farc y del Eln de cara a conservar el control de la región contra el avance paramilitar en 2005. La presencia de estos artefactos explosivos en su territorio es una de las problemáticas más graves que enfrenta la población civil hoy en día. La descomposición social se profundiza debido a los cultivos de uso ilícito y al estrago que han generado en la vida de los campesinos las políticas de erradicación en esta parte del país. Al grito de la tierra se suma el grito de los pobres, aquellos por los cuales Hilda murió, sirviendo.