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Actualidad

Dos décadas de la ley de negritudes o ley 70

By diciembre 31, 1969No Comments

Era el logro más significativo de un proceso de las bases sociales, comenzado desde cuando pioneros como Manuel Zapata Olivella, Amir Smith Córdoba, Kunta Kinte, Juan de Dios Mosquera -y muchos otros- alentaron procesos de reflexión y organización, a la par que desde la Pastoral Afroamericana, religiosos del Pacífico colombiano impulsábamos la inculturación del Evangelio, el rescate de la memoria histórica y la defensa del territorio ancestral.

En el recuento histórico no debe olvidarse el papel de la incipiente ACIA (Asociación Campesina del Atrato), quien ante la falta de un Constituyente que defendiera las banderas de las negritudes, asignó un líder campesino para acompañar a Francisco Rojas Birry en la tarea de persuadir a otros constituyentes sobre esta urgencia. La pastoral puso en marcha desde Quibdó la campaña del “Telegrama negro” –Antes de los mensajes de texto existieron los Marconi- y así se recogieron miles de firmas y de pesos que se tradujeron en miles de telegramas para enviar a la Asamblea Constituyente.

El A.T. 55 nos llenó a todos de entusiasmo sin igual. Todos supimos que era una oportunidad histórica irrepetible. Nuestros equipos misioneros peregrinaron los ríos de arriba abajo predicando el evangelio del AT. Se imprimieron cartillas y se programaron decenas de talleres campesinos. Se hicieron asambleas zonales y encuentros regionales. Por interés y por motivo, los procesos organizativos se dispararon. Florecieron grupos de mujeres artesanas, asociaciones de pescadores, colectivos de estibadores, comunidades eclesiales de base, grupos de mujeres cultivadoras, agricultores y vendedores informales. La efervescencia étnica llevó a muchos a redescubrir el valor de su cultura y la belleza de una piel, de la cual muchos se habían avergonzado durante siglos de vergüenza étnica. Fue en verdad un momento histórico precioso.

Fue por eso que cuando el presidente sancionó la Ley que desarrolló el Artículo Transitorio de la Constitución Política, se reconoció que era el fruto de la lucha organizada de las comunidades negras, las cuales por primera vez, después de las leyes de la abolición de la esclavitud en el siglo XIX, fueron sujeto de una legislación particular.  

La pedagogía de la Ley 70

En nuestro trabajo con los campesinos se alcanzaban los consensos que son el fruto del saber compartido:    

  • Que la Ley sobre los derechos de las CN no es una dádiva del Estado. Es una conquista del pueblo negro de Colombia.
  • Que no se encuentran en la Ley la solución a todos nuestros problemas. Como todas las leyes, es una herramienta para el logro de unos objetivos.
  • Que la Ley es entonces un paso en la ruta hacia la dignidad y la justicia, un paso importante, pero reconociendo que todavía nos falta mucho camino, que hay que seguir navegando a través de estos ríos de lucha por los derechos de los afrocolombianos.

La Ley enfrenta no pocos enemigos: desde los mestizos colombianos que ven el mundo en un solo color –cuando les conviene- hasta los mulatos que ven el mundo con los ojos de los mestizos, movidos por siglos de auto-negación. Durante estos dos decenios hemos tenido que salir con frecuencia al reparo, ante los dardos y críticas reiteradas que desde distintas trincheras se disparan contra los sueños de los afrodescendientes.

Y como estamos celebrando su cumpleaños, no debemos entonces hacer énfasis en los defectos de esta joven ley, cuanto en los enormes logros que ha permitido y que son claves para su consolidación:  El reconocimiento de la etnicidad, el valor de la cultura afrocolombiana, el derecho a la propiedad de la tierra, el concepto de territorio, los mecanismos de protección de la identidad cultural, la autoridad de los Consejos Comunitarios, la función social y ecológica de los bosques, el carácter imprescriptible de la propiedad de la tierra, los mecanismos de consulta y participación, el derecho a la etnoeducación, la sanción a la segregación y el racismo, la circunscripción electoral, las becas para la educación superior, la protección de las lenguas neo-africanas, el desarrollo de instituciones educativas, la Comisión Consultiva de alto nivel, los representantes afro en los Consejos y Comisiones nacionales, la formulación del Plan de Desarrollo, la oficina de asuntos étnicos en el Ministerio del Interior y el reconocer en definitiva el valioso aporte de los afrocolombianos a la construcción histórica de la nacionalidad.

Son todos estos logros los que la hacen significativa no solo para los afrodescendientes de Colombia, también para los afros de todo el continente que la consideran un hito envidiable y sobre todo para el resto de los colombianos que gracias a esta Ley van comprendiendo la importancia de las etnias, la riqueza de la diversidad cultural, el aporte de los hombres y mujeres negras a la vida de la nación, creciendo así los colombianos blancos y mestizos en humanidad, al aprender a valorar y respetar a los colombianos diferentes a la mayoría.

Las tareas pendientes

El trabajo de reglamentación de la Ley está atrasado. Así como algunos decretos reglamentarios han permitido logros muy significativos, distintas instancias han ido aplazando indefinidamente la reglamentación de algunos de sus capítulos, contrariando así el espíritu de la Ley y las aspiraciones de este pueblo.

Hay que consolidar los procesos de organización comunitaria que en algunas regiones se han fraccionado a consecuencia del conflicto armado y de las luchas intestinas. Hay que valorar más lo que nos une de lo que nos diferencia; sólo así podremos reencontrar la comunión.

Se deben potenciar los encuentros interétnicos para afrontar con los pueblos indígenas las dificultades de los límites de los resguardos con los títulos colectivos. Asumiendo de esta manera a las organizaciones indígenas no como fuerzas de confrontación sino como compañeros de camino y de lucha.

Aprendiendo a “desaprender”

La Ley 70, fruto de la lucha de un pueblo nos pone en contracorriente de la perspectiva “miserabilista” de la sociedad colombiana que nos empobrece. Muchos de nuestros niños y niñas están aprendiendo desde la primera infancia a tender la mano con ademán de pordioseros. En muchas comunidades se ha ido perdiendo el valor social, la autonomía alimentaria y la autogestión económica. Muchos pueblos ahora producen poco y se han vuelto mendigos de la ayuda oficial; igual que ocurre con muchos resguardos indígenas. Esta situación alcanza a miles de personas desplazadas por el conflicto armado, que ahora esperan todos los subsidios que les harán postrarse en una miseria cada vez mayor.

En el Pacífico no había pobreza, eso es nuevo en la región. Este es uno de las graves consecuencias de las malas prácticas de transculturación. Es fruto de la intervención desafortunada del Estado en la región, y de la relación desigual con grupos étnicos con otras cosmovisiones. Las comunidades del Pacífico fueron auto-sostenibles y muy ricas durante siglos. La riqueza del medio natural y la exuberancia de la naturaleza dieron a nuestros ancestros campesinos una abundancia que mantenía a las comunidades campesinas e indígenas en paz. Pero cuando relaciones de trabajo y economía extractiva, lo mismo que el comercio capitalista, mentalidades ajenas a los pueblos nativos, se introdujeron en la región, entonces se alteró la ecuación de trabajo, sociedad y bienestar personal y colectivo. Así apareció la dependencia, el consumismo, la miseria, el empobrecimiento se hizo general y la riqueza fue a parar a otras manos. Pero no somos pobres; somos un pueblo lleno de riquezas, no sólo materiales y espirituales, sino también sociales y culturales. Para entender esto hay que superar el pensamiento lineal y ahondar en la multiculturalidad.

Los valores de una cultura

Los pueblos de afrocolombianos conservan una riqueza cultural que otras etnias han perdido y ahora envidian. El aislamiento geográfico en que vivieron nuestros antepasados, les permitió desarrollar tradiciones, construir pensamiento y formar comunidades integradas con un rico patrimonio social. Todavía las comunidades campesinas conservan gracias a su aislamiento gran parte de este legado. Nuestros mitos, la cosmovisión, los sistemas de trabajo, el espíritu de la colectividad, las relaciones inter-étnicas con los pueblos indígenas, la alegría vital, el amor por la fiesta, el vivir sin afanes, la sacralidad de la naturaleza, la riqueza de la música, el gusto de la danza, en fin, la alegría de vivir, son importantes valores de la cultura que de algún modo todavía alimentan nuestro espíritu y caracterizan nuestra vida.

Los retos y valores de la modernidad

Los retos de la modernidad cuestionan fuertemente la identidad de los afrocolombianos. El desarrollo tecnológico, la movilidad de los grupos humanos, la migración forzada, el dinamismo natural de las culturas, las prácticas educativas foráneas, la influencia de los medios de comunicación, además de la identidad extraviada, hacen sufrir a estos pueblos. Pero hemos dado grandes pasos y asumimos nuevos retos:

De campesinos a ciudadanos:

La Ley es de origen campesino y legisla primero que todo para el campo, porque nuestra identidad era primordialmente campesina, ribereños, pescadores y mineros; ahora no, la mayoría vive en la ciudad, y en la ciudad no resuenan ni los cununos ni los arrullos. No se oyen bien los alabaos, da pena cantarlos en la urbe. Aquí ni los rezanderos curan, ni las brujas vuelan. Todo eso pone en cuestión la identidad afro rural. Pero en la ciudad los jóvenes reinventan su identidad. La cultura popular, el “rapeo”, el “perreo”, los “rastas”, la nueva estética juvenil, el arte urbano, son etapas de una identidad que está en construcción. Es la dimensión de la cultura que la Ley reconoce y que en el contexto urbano adquiere una nueva dinámica.

De negros a mestizos:

La mezcla sucesiva con otros grupos étnicos va lavando poco a poco la piel de los afrodescendientes, al punto que los jóvenes no se identifican con sus raíces. Aquí hay un reto para las familias que deben hacer crecer a sus hijos en un ambiente con identidad cultural definida.

De negros a afros

El proceso de creación y difusión de la Ley nos llevó a pasar de la condición servil de “negro” pigmentado, vergonzante y anárquico, a una nueva condición, se está pasando a la condición de “afros” con identidad cultural y política, con procesos organizativos, con orgullosa identidad étnica.

De siervos a dueños:

Este proceso nos permitió superar ese rol servil que nos acompañó durante siglos, ahora es superado por hombres y mujeres que lideran iniciativas, que crean empresas productivas, gestionan proyectos, generan ideas y procesos. Dueños de sus minas, de sus colegios, de sus proyectos agroindustriales, de sus negocios, de sus empresas.

De analfabetos a doctores

Pasan a la historia los tiempos en que nuestros padres iletrados eran los últimos de la sociedad. Ahora nuestros científicos, investigadores, artistas, académicos y creadores, lideran espacios en la nación y en el mundo. Aunque seguimos bailando, haciendo goles y corriendo mejor que los demás, también podemos pensar y liderar las naciones del mundo.

De lacayos a señores

El proceso de la Ley hizo evidente que cada vez más nuestro destino está más en nuestras manos y a pesar de nuestras contradicciones y debilidades históricas, ahora los afrodescendientes asumen altos cargos en la política y la conducción de los pueblos y las naciones. No se puede negar que muchas cosas han cambiado.

Los retos del Estado y los nuestros

El gobierno tiene la tarea de la reglamentación de los capítulos pendientes, del fomento al desarrollo económico, del desarrollo de la infraestructura y de la concertación. Los afros tienen el deber de alcanzar consensos mutuos, de recuperar la identidad dentro de la diferencia de matices. Tienen que definir las prioridades de sus luchas y de su desarrollo. Hay que hacer énfasis en lo que nos une y desvirtuar el afán de diferenciación hasta el infinito que rompe la unidad indispensable para el éxito. Es claro que un pueblo dividido siempre será vencido.

Los afros sabemos que tenemos que construir sobre las huellas de los mayores y desaprender los conceptos erróneos. Hay que beber de la memoria ancestral, donde la palabra tenía valor, el honor era sagrado, la riqueza no estaba representada por unas monedas y el coraje era una virtud moral. Nuestro reto es asumir nuestro propio destino y dignificar cada vez más nuestra vida. El futuro lo alcanzaremos si sabemos de dónde venimos; no se pueden cortar las raíces de la historia de un pueblo, así como no se cortan las raíces del árbol.

Ese legado y esas conquistas son un fruto excelente de ese arbusto que es todavía la Ley 70. Gracias a ella los recordamos, luchando por ella los recuperamos, difundiéndola esparcimos sus semillas. No olvidemos que representa el árbol de nuestra historia. A su sombra seguiremos creciendo, mientras nuestro pueblo alcanza la plenitud de su destino histórico.

* Presbítero afrochocoano de la Diócesis de Quibdó, etnoeducador, periodista y delegado de su jurisdicción eclesiástica en la Pastoral Afroamericana.

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