Sus ojos se pusieron rojos y en segundos brotaron lágrimas. Sentada en una silla, María Antonia Minolta dejó escapar su dolor. “Al menos uno espera que aparezca aunque sea un huesito, ¡algo para que se termine este dolor!”.
La mujer dice estas palabras al recordar que su hijo, Jhon Jairo Arboleda, lleva desaparecido casi cuatro meses. Lanza ese desesperanzador lamento, como si verle la cara a su hijo muerto fuera menos doloroso.
En Buenaventura se habla por estos días de pescadores, madereros, reinsertados y comerciantes que desaparecen y cuyos cuerpos emergen del lodo y de las ramas en los manglares, cuando baja la marea.
La cifra, según el Sistema de Información de la Red de Desaparecidos y Cadáveres de Buenaventura, Sirdec, es de 61 casos de este año. Dos ya fueron hallados muertos y 29 han aparecido. Aún hay 27 que no regresan. En agosto de 2009 los casos llegaban a 42.
Aunque María guarda la esperanza de ver a su hijo vivo, las investigaciones de las autoridades indican que tal vez John ya no regrese. El 17 de abril este joven, padre de una niña y de quien dicen sus familiares, “no tomaba ni tenía malos vicios”, salió de su trabajo en una agencia de aduanas y se dirigió a un taller a reclamar una moto.
La motocicleta era de John, pero terminó en manos de un mecánico que la vendió y se quedó con el dinero. Éste hombre es investigado por su participación en el hecho. Entretanto John, al parecer, quedó en manos de delincuentes comunes. El por qué lo plagiaron y su paradero son inciertos.
“Este caso parece sustentar la tesis de la que muchos hablan: que ya no los matan sino que los desaparecen”, dice el representante de una ONG de derechos humanos de Buenaventura, quien pidió reserva de su nombre.
Hay otra historia. La de Carlos Eduardo Castillo, desaparecido desde el 17 de febrero de este año cuando llegó a Buenaventura procedente de Cali, manejando un vehículo transportador de alimentos. “En un barrio lo bajaron del carro y lo metieron a una buseta, es lo único que hemos podido averiguar”, afirma uno de sus familiares.
Ante estos casos las autoridades apuntan a dos direcciones para buscar responsables. “Las principales víctimas son los pescadores artesanales, los comerciantes y los reinsertados. Lo que hemos analizado es que estos actos son cometidos por delincuencia común y por grupos que trabajan para el narcotráfico, en cumplimiento de ajustes y venganzas”, sostiene el secretario de Gobierno del puerto, Henry Moreno.
Las desapariciones se están registrando en las comunas 12, 9, 10 y 5, “sectores de acceso a bajamar, con presencia de grupos armados ilegales que trafican con armas y con cocaína”, dice el Secretario de Gobierno.
“Los matan y los desaparecen”
Informes de la Policía advierten que después del 2006, cuando entró el Comando Operativo Especial y aumentó la presencia de la Armada, se registró una disminución en los homicidios, pero las desapariciones crecieron. Entre 2006 y 2009 un total de 363 personas se perdieron sin dejar rastro.
Este fenómeno se estaría dando, advierte un investigador de la Fiscalía, porque ahora los grupos criminales prefieren desaparecer los cuerpos para que no figuren en las estadísticas de homicidios. La cifra de muertes violentas en Buenaventura también va en aumento. A la fecha los homicidios llegan a 85, doce más que en el 2009.
Fue en este último año que el pescador, Atilio Rentería, desapareció. Él y tres de sus colegas se embarcaron mar adentro en la mañana del 16 de marzo y no han regresado. “Desde que no aparecen, es porque me imagino que los han matado”, vaticina entre lágrimas Gloria Elsy López, esposa de Atilio.
Datos de la Fiscalía indican que de las 28 averiguaciones que se desarrollan en la actualidad, el 45% corresponden a pescadores artesanales que están desaparecidos. Las versiones sobre sus extrañas ausencias van desde atracos en alta mar hasta asesinatos y extradiciones por aventurarse a llevar coca.
Manuel Bedoya, presidente de la Asociación Nacional de Pescadores Artesanales de Colombia, Anpac, aseveró que este año unos quince pescadores desaparecieron y que existen al menos 800 que están presos en cárceles estadounidenses, luego de ser capturados en alta mar con coca o porque aparecen en listados de narcotraficantes detenidos.
“Pero sí los matan. Sabemos de cinco muchachos que fueron asesinados. Muchos creen que el pescador lleva cocaína por gusto o necesidad, pero la verdad es que en los sectores de baja mar los grupos ilegales los presionan mucho. Adicional a eso existe mucho temor a denunciar.
La grave situación ha motivado varias marchas de rechazo e, incluso, el obispo de Buenaventura, Monseñor Héctor Epalza Quintero, solicitó de las autoridades que no se maquillen más las cifras de los desaparecidos en la ciudad ni que se utilice a los pescadores.
La personera de Buenaventura, Íngrid Arroyo denunció, además, que a las víctimas las están amenazando para que no denuncien. “No denuncian por temor, por miedo, pues en muchas ocasiones los victimarios están en su barrio o son conocidos”, señaló la funcionaria.
Miriam, madre de un pescador del corregimiento La Bocana, padece en carne propia este drama. “Me mandaron a decir que le hiciéramos la última noche y que no lo buscáramos más pues lo habían picado y dejado en alta mar”.
Los muertos de los manglares
El drama de las desapariciones y los cadáveres emergiendo en los manglares no es un asunto nuevo. Frente al barrio Lleras, uno de los sectores más deprimidos del Puerto hay, incluso, un islote que ha sido bautizado Isla Calavera.
El nombre dado por los pobladores del sector no es coincidencia: Don José, pescador curtido más por los trajines que por el mismo sol, dice haber encontrado cuerdas atadas a los manglares, retazos de camisas y pantalones, chuspas… “cosas que le hacen pensar a uno que han arrojado muertos”.
Antero Agualimpia, líder del barrio Lleras recuerda que a Calavera la llaman así desde hace 50 años, cuando fueron encontrados unos esqueletos de personas que desaparecieron y que , al parecer, fueron asesinadas por los ‘Riviolis’, una banda de delincuentes de la época.
Hace tres semanas, cerca al barrio Antonio Nariño, en el corregimiento de Raposo, un grupo de pescadores encontró unos huesos flotando. Eran dos cadáveres atados con cuerdas a las raíces de los mangles. Las osamentas no estaban a más de 30 ó 40 centímetros de profundidad.
Los siete restos desenterrados por el CTI en las seis exhumaciones hechas este año permanecen en proceso de análisis en las oficinas del Grupo de Identificación de la Fiscalía, en Cali. Irónicamente muchos esperan que sean sus familiares.
Las exhumaciones
Según Álvaro Revelo Calvache, director del CTI en el puerto, de los cuerpos exhumados hasta el momento ninguno ha sido identificado.
De las seis exhumaciones hechas por el CTI este año en el Puerto, cuatro se han adelantado en el área urbana y dos en la zona rural.
Los pobladores de barrios como San Antonio, Lleras y de sectores como Antonio Nariño y el Cementerio, han denunciado el hallazgo de restos humanos.
La identificación de estos restos óseos, según la Fiscalía, será dispendiosa por el alto grado de descomposición en el que fueron encontrados.