Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?
Mt.27, 46
¿Hasta cuándo Yavé te pediré socorro… y te denunciaré que hay violencia…
¿Porqué me obligas a ver la injusticia y te quedas mirando la opresión?
La ley, prácticamente, ya no existe, nadie se comporta como es debido.
Como los malvados tienen atemorizados a los buenos,
el derecho aparece más torcido que nunca.
Habacuq 1, 1-4
Colombia es un país con millones de personas creyentes y acepta- más con los labios que con hechos- que “toda vida es sagrada”. Pero también es un país en donde hay muchas personas indolentes con las víctimas del conflicto social y armado. Es un país que no quiere hablar públicamente de las raíces de esta realidad, y hasta aceptamos la terrible conclusión que las víctimas son responsables por lo sucedido, o actuaron en contra de la ley, o estuvieron en el lugar equivocado… Se señala, aún en boca del Gobierno o miembros de la Fuerza pública a “víctimas buenas y malas” con frases como “se dio de baja al terrorista, bandido, sujeto, ..” etc.
Muchas víctimas ofrendaron su vida porque pensaron, defendieron y trabajaron por el bienestar y la justicia de afros-indígenas-mestizos, pero también el muchacho mototaxista que trabajó para el sustento diario y fue asesinado, merece el reconocimiento a la dignidad de su “vida sagrada”.
Reparaciones administrativas, simbólicas y colectivas son importantes, pero no podemos cerrar los ojos ante nuestra realidad que continúa, donde cada día hay nuevas víctimas, cuyas historias se hunden en un mar de impunidad, olvido colectivo y el silencio forzoso de sus familias. La reparación de las víctimas se convierte en un VIACRUCIS para aquellos que se animan a los trámites para “comprobar” que son víctimas, porque otros hacen la tarea de “reconocer o no” que realmente lo son y asignar un “precio y pago económico” a la vida de un ser humano.
En la costa Pacífica de Nariño, el sistema de instituciones gubernamentales tiene grandes falencias. Existen rutas de asistencia y atención, pero en la práctica muchas veces no se activan por falta de coordinación institucional, desinformación y falta de comunicación interna o por omisión y ponen en más riesgo la vida de las personas. En algunas instituciones, los vigilantes son las primeras personas que dan información o “permiten” el acceso a la institución para ser atendido. Faltan profesionales con ética y competencia, que logren sentir el dolor y que se ubiquen en el lugar de las víctimas.
El sistema institucional de asistencia y atención es muy complejo para las víctimas, exige cantidad de trámites de oficina en oficina, de una institución a otra, documentos para “comprobar una verdad” o para ser atendido. Este mismo sistema no es flexible, pone barreras de una jurisdicción a otra, es más importante la competencia territorial que el derecho de las víctimas a la atención en el lugar en que se encuentran.
Es urgente que construyamos bases de conciencia ciudadana, institucional, gubernamental sobre nuestro deber ético y social con las víctimas, con la protección y promoción de la vida en nuestra Colombia como Dios – Señor de la Vida – quiere para todos nosotros.
