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Actualidad

Víctimas de Bojayá se sanan con el perdón, 12 años después de la masacre

By mayo 2, 2014No Comments

Si ella los tuviera enfrente, no los insultaría. No les diría que son los culpables de que no pudiera regresar a esa casa grande que construyó, ladrillo a ladrillo, en Bojayá (Chocó). No les recordaría que ese 2 de mayo debió esquivar las balas y los cilindros bomba con su muchacho enfermo de paludismo. No les recriminaría porque, así ella se niegue, las mismas imágenes regresan y regresan a su mente: la iglesia atestada de muertos amontonados como bultos y aplastados por los escombros; las calles repletas de cabezas y piernas y brazos que volaron con la explosión; el río Atrato invadido de heridos ensangrentados que huían de aquel campo de batalla; los rostros desfigurados de esas mujeres que gritaban porque sus hijos no aparecían…

Tampoco les reprocharía porque entre esos 31 adultos y 48 niños que murieron aquel día estaban una sobrina y sus seis hijas. Ni mucho menos les confesaría que cuando una periodista la llama a recordarle que hoy se cumplen doce años de la Masacre de Bojayá, ella rompe a llorar, como si el reloj y el calendario se hubieran detenido, como si aquella barbarie acabara de ocurrir.

No. Si Flor tuviera enfrente a los guerrilleros de las Farc que lanzaron ese cilindro bomba contra la iglesia de su pueblo Bellavista y a los paramilitares que se escondieron detrás de ese templo y utilizaron a la población como escudo, no los juzgaría. Ella le deja esa labor a Dios, a la vida, al destino. “¿O acaso quién soy yo para hacerles un juicio?”.

Es que doce años ya han sido suficientes, para odiar, para sentir rencor, para quererse vengar. A la mujer de 63 años el sufrimiento la tiene agotada. Ahora se pregunta para qué le ha servido lamentarse todos los días por la injusticia que cometieron en su pueblo, por la indiferencia del Estado, por la falta de castigo para los culpables. “¿Para qué, dígame para qué?”.

Porque nada ha cambiado. Ella sigue viviendo en Quibdó, en ese barrio que lleva el nombre ‘2 de mayo’, como una marca que le recuerda que está allí por culpa de aquel día, que por eso desde entonces su segundo nombre es desplazada. “Sufrir y sufrir por lo mismo no me ha servido de nada”.

Flor está convencida de que hay otro camino: perdonar, para liberarse, para sanar todo aquello, para empezar a borrar esas imágenes: los cuerpos desmembrados, los heridos agonizando, los niños aterrados… Quizá sea resignación, quién sabe. Pero eso, solo eso, es lo único que a ella le queda.

***

Erlyn hace una advertencia apenas responde el teléfono: “de ese día no quiero hablar”. Es que ya muchas veces ha contado lo mismo: que estaba allí, dentro de la iglesia, cuando explotó la bomba; que su hermanito de 11 años murió a su lado, sin que él pudiera hacer nada; que ese día también perdió a una sobrina, una tía, un primo… Y, claro, recordar todo eso le duele. Siente un apretón en el pecho, como si lo aplastaran con una roca, una y otra vez. “No, no, no, yo de eso prefiero no hablar”.

Erlyn quiere dejar el pasado atrás. Esa es su batalla diaria. En el cuerpo no tiene ninguna cicatriz que le recuerde aquel día porque a él solo lo rozaron algunas esquirlas. Pero es que esas heridas, las físicas, no son las peores. “Mis heridas fueron del alma”. A los 14 años Erlyn quedó con el corazón amputado.

Pero en los últimos años él ha intentado sanarse. Entonces, el perdón también se ha convertido en su medicina. Erlyn empezó por reconciliarse con esa tierra que parecía maldita. Aunque luego de la masacre, huyó a Quibdó, donde terminó el bachillerato y estudió Ingeniería de Sistemas, hace unos años regresó a Bellavista. Tenía que hacerlo. Sentía que algo le faltaba, como si la mitad de su alma se hubiera quedado en esa iglesia y él tuviera que regresar a completarla. “ No estaba bien, necesitaba volver a mi casa”.

Desde entonces, Erlyn se convirtió en uno de los líderes del Comité 2 de mayo, una organización que trabaja con proyectos de inclusión para la población vulnerable de Bojayá y todo el Chocó. Hoy, por ejemplo, el joven participará en los actos de conmemoración de los doce años de la masacre. Hoy, como en los otros once aniversarios, pedirá que el Estado le cumpla las promesas a Bojayá: que el puesto de salud tenga un médico permanente, que la energía dure más de siete horas al día para que no tengan que atender a los heridos con velas, que existan proyectos productivos para esos afrodescendientes que no tienen de qué vivir, que los muchachos cuenten al menos con un instituto donde puedan hacer una carrera profesional.

Solo que el discurso de Erlyn es otro. Él no quiere seguirse vistiendo todos los días con la camiseta de víctima. Para él, su pueblo se merece todo eso no porque sea un mártir de la guerra. “Nos lo merecemos porque somos colombianos. Y punto”.

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Al otro lado de la línea, el padre Jeison, párroco de la iglesia de Bellavista, escucha atento las historias de Flor y Erlyn, de esas dos víctimas que ya no quieren ser víctimas. Entonces, cuenta que ellos no son los únicos. Que en el pueblo hay muchas personas que quieren liberarse de todo ese sufrimiento y por eso están dispuestas a perdonar.

Y ahora que el Gobierno avanza en una negociación con las Farc, en Bojayá hay una nueva esperanza. “Todos queremos que ese proceso traiga la paz”. Pero el sacerdote sabe que el perdón solo es posible si hay verdad. Si las Farc les cuentan a sus víctimas por qué mataron a tantas personas, dónde están los desaparecidos, por qué no respetaron ni siquiera la vida de los niños.

Solo que la guerrilla no es la única que debería hablar. El padre Jeison recuerda que el Estado también le debe muchas explicaciones a las víctimas por su presunta complicidad con los paramilitares, quienes llegaron hasta Bojayá sin ser detenidos por ningún control militar. “El Estado también sabe qué pasó y debe contarlo”.

Y para eso es necesario que algunos representantes de la población puedan viajar a La Habana y estar allí, sentados en la mesa de negociación. Leyner Palacios, por ejemplo, quiere participar en ese diálogo. El líder de la Coordinación Regional del Pacífico cree que es lo justo, porque solo así el proceso será equitativo con las víctimas.

De hecho, ya hay una iniciativa para que algunas personas viajen, pero Leyner de eso sabe muy poco. “Creo que la Diócesis de Quibdó está trabajando en una propuesta, pero todavía no nos han confirmado”.

Las víctimas de Bojayá quieren perdonar, pero esperan hacerlo de frente, mirando a los ojos a sus victimarios, escuchando de su voz que no volverán a ensañarse con su pueblo, que la violencia y el miedo jamás regresarán.

Joe Valencia, otro de los líderes del Chocó, explica que se trata de una necesidad básica: cómo perdonar a quienes aún no les han perdido perdón, cómo perdonar a quienes no pueden ver ni escuchar.

***

¿Qué les diría, entonces, si los tuviera enfrente? Al otro lado de la línea, Flor hace una pausa. Seguro se está secando esas lágrimas que le hicieron agua sus mejillas cuando recordó el horror de aquel 2 de mayo.

Luego de un suspiro, Flor retoma la voz. Responde que si los tuviera enfrente, les diría que ya no los odia, que entiende que muchos empuñaron esas armas sin saber lo que hacían, que quiere que vuelvan a la vida civil, que se reencuentren con sus familias, que consigan un trabajo decente. Que ella quiere perdonarlos. Liberarse. “¿O acaso quién soy yo para hacerles un juicio?”.

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