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Actualidad

Tumaco, un pueblo que decidió silenciarse frente a la violencia

By octubre 15, 2012No Comments

En el barrio El Voladero acaban de matar a un hombre. Estaba en una esquina conversando con una muchacha de 15 años. El sicario apuntó, dio en el blanco: la sangre salpicó la cara de Jennifer que se quedó pasmada, como una estatua de hielo.

Ni siquiera la algarabía de los vecinos la perturbaba. El asesino se acercaba y ella seguía así, quieta, como otro muerto. El tipo le puso el revólver en la sien: “Si decís algo perra, te mato a vos y a tus papás”.

Aquello ocurrió hace seis meses. Las primeras semanas desde aquel día, cuenta una vecina, los policías buscaban a Jennifer como locos haciendo preguntas: ¿El sicario era joven o viejo? ¿Estaba solo? ¿Hacia dónde corrió? ¿Tenía tatuajes?

Su mamá, asustada, decidió mandarla lejos. Hace poco regresó. En el barrio dicen que ya no es la misma: ahora es callada, nerviosa; como si aquel día el sicario también hubiera matado la peladita parlanchina que solía ser.

-¿Dónde puedo encontrar a Jennifer?
-En la próxima cuadra, en la casa que queda al lado de la panadería. Pero ella no le va a contar nada.

Sucede que los violentos no solo silencian una voz con disparos. A veces, te pueden callar en vida. En Tumaco ha pasado. Allí vive una población muda. ¿Por qué un pueblo decide callar?

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En la radio suena un reguetón. El taxista lleva el ritmo con la cabeza. El trayecto del aeropuerto hasta el centro no dura más de quince minutos. En el recorrido se ven hoteles bien equipados al pie de la playa El Morro. El Alcalde quiere promocionar el turismo. Dice que la idea es que el país conozca otra cara del municipio más grande de Nariño, aparte de los asesinatos y los atentados y el narcotráfico y la guerra y el desempleo y el hambre y el miedo, también el miedo.

El puerto es uno de los municipios más violentos del país: este año van 186 asesinatos. El comandante de la Policía, coronel Luis Soler, atribuye el 75% a venganzas entre los grupos armados que se pelean el territorio. En el puerto, entonces, el miedo se escucha: bombas que explotan, tiros que cortan el aire, cuerpos que caen sobre el pavimento.

Tumaco también es el municipio con más cultivos de coca: 5.771 hectáreas, el mismo terreno donde se podrían construir más de 50 escuelas. La droga también trae consigo ruidos conocidos: motores de las lanchas cargadas que en las noches retumban como relámpagos.

En el centro todo queda cerca: la Alcaldía, la Fiscalía, la Catedral. La estación de Policía también estaba allí, pero en febrero pasado guerrilleros del Frente 29 de las Farc abandonaron un triciclo bomba justo enfrente, la explosión dejó 11 muertos y 70 heridos. La sede y otros 30 locales quedaron en ruinas. Los tumaqueños ya se han acostumbrado al estruendo de los edificios cayendo como fichas de dominó.

Es un jueves de rutina en Tumaco: los comerciantes atienden sus negocios; una caravana de mototaxistas ofrece su servicio; algunos policías vigilan las esquinas, otros están en la Fiscalía con capturados por porte ilegal de armas, homicidio, extorsión: este año van 607 detenidos.

Hace calor. El sol que cae en Tumaco castiga. Es como acercar la cara a una estufa. Este sol arde, duele. Aún así, en la calle se ven hombres, como el taxista, moviéndose al ritmo del reguetón y el vallenato. En el puerto es común escuchar canciones a todo volumen, hasta en esas casitas de madera sobre el mar puede sonar un equipo. A veces, eso, la música, es lo único distinto que se escucha. Cuando a la gente se le pregunta por la violencia, las amenazas; todos tienen una misma respuesta: el silencio. Hoy en Tumaco no solo hay hombres que matan, también hay ladrones de voces.

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Sábado, 10:00 a.m. Los hombres del Gaula de la Policía de Tumaco salen a las calles del centro para repartir volantes titulados “Yo no pago, yo denuncio”. La jornada incluye una encuesta: ¿Nombre? ¿Cédula? ¿Ha sido víctima de extorsión? Marque con una X: Sí ( ) No ( )

El recorrido empieza en el almacén de Teresa. La mujer ojea el papel, lo dobla en seguida, mueve la cabeza como buscando a alguien, contesta con afán las preguntas.

En el lavacarros de Arturo, la droguería de Carlos, la papelería de Marta, el hotel de Ricardo, el restaurante de Clementina, la joyería de la familia Gómez, la escena es similar. Aunque en Tumaco las autoridades afirman que el 80% de los comerciantes son extorsionados, en la planilla de encuestas del Gaula solo aparecen trabajadores afortunados: ninguno aceptó ser víctima de este delito.

Horas después del operativo, en una oficina, a puerta cerrada, el dueño de un hotel, que hace un rato marcó una X en la casilla No, dice tener su propio lema: Yo pago, no denuncio, no me arriesgo. Con un tono de voz que apenas alcanza a escucharse, el hombre confiesa que cada seis meses le entrega $5 millones a un tal ‘Oliver’, cabecilla de la Columna Daniel Aldana de las Farc, que controla casi toda la economía de los tumaqueños: comete el 90% de las extorsiones.

Las autoridades estiman que por la plata que paga el dueño del hotel y otros comerciantes la guerrilla recibe $800 millones cada semestre. Con este dinero se podrían crear unas 20 empresas pequeñas en el municipio donde el 75% de la población está desempleada.

Antes de que los comerciantes adoptaran su propio lema, hubo muchos sacrificados. ‘Yiyo’ fue uno: hace tres años el hombre no aguantó, sacó fuerzas, denunció, sintió un alivio; duró poco: a la semana fue asesinado. De acuerdo con los comerciantes, la guerrilla ha puesto unas 30 granadas a aquellos que se rebelaron.

El Gaula Militar, que llegó hace tres meses al municipio con la meta de acabar este delito, también tiene días inútiles. El comandante del grupo, el capitán Ricardo Carrillo, que luce como el instructor de un gimnasio, se siente débil: de cien casos de extorsiones a comerciantes que conoce, solo en dos la víctima se atreve a hablar. El dueño de un granero fue, quizá, el último; desde entonces es difícil creer que alguien más lo haga: hace dos meses le asesinaron a su esposa en frente suyo.

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Las calles de los barrios de Tumaco son estrechas, parecen ciclorutas por las que a duras penas caben dos personas sin rozarse. La Policía dice que eso facilita el camuflaje de los hombres que se pelean cada esquina para mover droga, armas, alimentos. En esos laberintos con salida al mar los habitantes también son mezquinos con las palabras: las piensan, las meditan, se arrepienten, como si por cada una tuviesen que pagar una penitencia. De un tiempo para acá los tumaqueños han encontrado en el silencio un arma de supervivencia.

Los habitantes y la misma Policía reconocen que en Tumaco cada barrio tiene su dueño, como si se tratara de muebles, casas, vehículos. Viento Libre y Nuevo Milenio aparecen en la lista de bienes de las Redes de Apoyo al Terrorismo (RAT) de las Farc, mientras que Buenos Aires, El Volaredo y Panamá son activos de ‘Los Rastrojos’. Pasar de uno a otro, por supuesto, está prohibido, a no ser que quieras arriesgarte a que te peguen un tiro.

Los ciudadanos lo saben, entonces se convierten en ciegos selectivos: que mataron a un hombre en esa esquina, yo no vi nada; que fulanito andaba amenazando con un arma, yo no vi nada; que a esa casa entró un sicario, yo no vi nada.

Así sucede cada tanto. Hace un mes, por ejemplo, en Viento Libre dos policías que patrullaban el lugar fueron tumbados de su moto a punta de bala. Los habitantes pasaban casi que por encima de ellos, aterrados quizá, pero callados, siempre callados. El silencio de un pueblo puede ser, también, un grito desesperado.

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Destino: Tumaco. Allí encontrará playas paradisiacas, hoteles cinco estrellas, una de las mejores gastronomías del país. ¿Por qué su nombre no aparece en la lista de esos destinos que las agencias de viaje llaman turísticos?

En el segundo piso del edificio de la Administración Municipal, el alcalde Víctor Gallo tiene otra pregunta. ¿Cuándo los periodistas van a hacer un reportaje de las cosas buenas que tiene nuestro puerto?

Aunque en el último año el Gobierno Nacional ha duplicado la presencia militar en Tumaco, con la llegada de la Fuerza de Tarea Apolo y la Brigada de Infantería de Marina, sus habitantes libran otra batalla, una que no se gana con fusiles ni con helicópteros ni con buques de guerra: borrar el estigma de la violencia.

En El Morro una mujer trozuda camina descalza por la playa con una bandeja en la cabeza. ¡Lleve el aceite de coco, las pulseras y aretes de concha! Son las dos de la tarde y ya ha repetido esa frase unas cien veces. Edelmira intenta sonreir, pero el sudor la delata: está agotada. Se toma un descanso, qué más da, en el lugar no hay más de diez personas que, seguro, también ya están cansadas de escucharla. Sentada en la arena caliente, la mujer recuerda que hace 10 años esta rutina le dejaba unos $100.000 diarios, con ese dinero mantuvo a sus tres hijos, se dio uno que otro gusto, vivió feliz. Ahora, si mucho, alcanza a recoger $5.000. Es que antes los turistas abundaban. Ahora los pocos visitantes son reporteros judiciales, miembros de ONGs, familiares de militares, policías.

El silencio empieza a tener otro significado. En Tumaco la gente ha dejado de hablar también por conveniencia. Para los tumaqueños callar resulta ser un mejor negocio que quejarse: así, al menos, impulsan el turismo

***

Aquí vive Jennifer? “Sí”, responde la joven que se asoma desde una ventana. Jennifer es trigueña, alta, delgada, ojos negros, extensiones hasta la cintura. Al cabo de una hora, reconoce que es cierto lo que contó su vecina: desde que vio como le dispararon a ese hombre enfrente suyo se ha vuelto muda, temerosa.

-Jennifer, ¿los policías la siguen buscando para que denuncie al asesino?

-Antes venían mucho, pero desde que volví al barrio no los he visto.

-Imagino que todavía le da mucho miedo hablar de ese día…

-No solo me da miedo…

-¿Entonces?

-El que mató a ese señor es mi primo.

 

Tomado de Elpais.com.co

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