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Dicen los que saben que el golfo de Tribugá, en el centro de la costa chocoana, es una maravilla de la naturaleza. Refugio de ballenas, cinco clases diferentes de tortugas marinas y otras especies migratorias anidan en sus aguas. Su ecosistema es una reserva enorme con casi mil hectáreas de manglares (la mitad de todos los manglares del Chocó según expertos), además de constituir en sí mismo una entorno geográfico de gran belleza. Tribugá es un valioso refugio para la biodiversidad, otro más en el Pacífico colombiano. Tres resguardos indígenas y varias comunidades afrocolombianas del municipio de Nuquí se afincan en sus alrededores, comunidades que viven de la pesca y los frutos del bosque, acopladas al entorno del cuál dependen.
Pero también hay quienes afirman que las condiciones del golfo son ideales para la construcción de un puerto de gran calado similar o superior al de Buenaventura. Las aguas tranquilas de entre 15 y 18 metros de profundidad, ideales para grandes buques cargueros, lo vuelven apetecible a los ojos de los negociantes que imaginan todo tipo de conexiones con los principales mercados internacionales sobre el Pacífico.
El proyecto de Tibugá fue diseñado desde finales de los años 80 y es un invento de empresarios del eje cafetero y Antioquia, que han tratado al Chocó desde siempre como su colonia particular, un lugar al que sólo llegan aventureros y buscavidas temerarios para hacer fortuna, una tierra de negros y de indios donde los foráneos aparecen únicamente cuando se trata de arrasarlo todo llevándose las riquezas, el oro, el platino, la madera. Invertir en el Chocó, ya lo dijo cierto diputado antioqueño, es como perfumar un bollo.
Ahora la Cámara de Comercio de Manizales, aunada con las gobernaciones de Risaralda, Caldas y Chocó además de empresarios de Pereira y Medellín, insiste en la construcción del megapuerto en un lugar remoto al que ni siquiera llega carretera. ¿Por qué ahora sí es prioritario invertir en el Chocó? Tanta insistencia consiguió por fin incluir un artículo en el nuevo Plan de Desarrollo que podría favorecer la construcción de Tribugá, gracias al fuerte cabildeo que hizo el senador Álvaro Uribe Vélez junto a otros miembros de su partido como el manizaleño Carlos Felipe Mejía y los congresistas pereiranos Alejandro Corrales y Gabriel Vallejo Chujfi, todos del Centro Democrático. Iván Duque ha hablado del proyecto en sus visitas al Chocó y los promotores andan corriendo por oficinas e institutos convenciendo a todo el que deba ser convencido de la viablidad del asunto. El Plan de Desarrollo del gobierno Duque aprobó un artículo para estimular el desarrollo de nuevos terminales marítimos otorgando concesiones más favorables a los operadores privados, que gozarán de 40 años prorrogables a otros 40, lo que en teoría garantiza la seguridad financiera a los posibles inversores.
En agosto del año pasado representantes del fondo de inversión holandés AMARAK Holding, propietario de acciones en grandes compañías y proyectos petroleros, energéticos y derivados químicos, se reunieron con miembros del consorcio Arquímedes, encargado de promover la construcción del puerto de Tribugá. Con esto se ha presionado al gobierno nacional para que agilice los trámites de permisos y licencias ambientales, y sobre todo para que concrete por fin la construcción de la carretera Ánimas – Nuquí, a la que se oponen varias comunidades indígenas que se han negado durante las consultas previas, pues coinciden con la opinión de destacados ambientalistas como el ex ministro Manuel Rodríguez Becerra, quienes señalan que la construcción de la vía y del puerto provocaría un daño al ecosistema incalculable. Los consejos comunitarios afrocolombianos de Nuquí también han puesto reparos al proyecto y asumen que las comunidades quedarán por fuera del negocio. Las obras de construcción y operación destruirían los manglares de Tribugá y alterarían completamente las dinámicas del golfo, que es reservorio de numerosas especies, además de proveer el sustento a unos trescientos pescadores artesanales.
Un sector minoritario, pero no menos desdeñable, se agrupa junto a cierta institucionalidad chocoana que mira estos grandes proyectos como la salvación para un departamento agobiado por la pobreza, afrontando el problema con la postura del desarrollismo: confían en que habrá más empleos, más dinamismo económico, más progreso. Pero es fácil saber cómo acaban tales proyectos porque Buenaventura es un buen antecedente: cinco terminales portuarios provistos de la última tecnología y una autopista que lleva medio siglo en construcción no han significado ni progreso, ni más empleo, ni más bienestar para la población del puerto, sino todo lo contrario.
«Es un viejo sueño de los chocoanos» aseguró el gobernador encargado del Chocó, Jefferson Mena, el 12 de mayo de 2020. Tribugá es un viejo sueño, sí, pero es un sueño neocolonial imaginado por la mentalidad voraz de empresarios ajenos que han visto al Chocó como su despensa particular de materias primas y riquezas para saquear, pero nunca como un territorio con dueños y habitantes ancestrales que tienen otra opinión sobre lo que debería ser el futuro de su departamento y sus comunidades. La opinión de los negros y los indígenas no cuenta, los proyectos siempre se han implantado y diseñado desde afuera. Los ricos cafeteros de Caldas soñaban hace un siglo con un cable aéreo similar al que los ingleses construyeron entre Manizales y Honda, que los conectara con el Pacífico y las minas del Chocó, porque aquella sería la vía más expedita para sacar el oro y exportar su café por los ríos Atrato y San Juan, así como ahora sueñan con un ferrocarril de carga entre Quibdó y Nuquí, o con el cacareado proyecto de conexión interoceánica Atrato – Truandó, iniciativas para las que se necesitará, invariablemente, desalojar a las comunidades primero y asociarse luego con el gran capital extranjero, las famosas «multinacionales» que ponen la plata pero también las condiciones.
De la lucha de las comunidades y del pueblo chocoano depende que Tribugá siga siendo un santuario natural de inmensa riqueza para la humanidad y el planeta y no un enclave cercado de púas, buques y contenedores que encierran la riqueza de unos pocos.