De vez en cuando es saludable detenerse a escuchar esas voces, que sin palabras nos llaman la atención sobre prácticas tan comunes, tan cotidianas que las pasamos por alto, sin embargo todos y todas tenemos esa capacidad de escudriñar, de extraer de lo obvio el mensaje que contiene; esa actitud reflexiva, contemplativa, es tal vez otra de las cualidades que no diferencian de nuestros hermanos de caminada, los otros primates, que a veces nos asombran con las capacidades que exhiben en su medio para vivir y sobrevivir.
La interiorización dinámica nos da sabiduría; esta es una capacidad que hasta ahora consideramos exclusivamente humana y es la armonización de dos tipos de información; de un lado está el acumulado de sensaciones, sentimientos, respuestas y experiencias que durante milenios de evolución, nuestra especie ha adquirido y transmitido de generación en generación a través de los cromosomas. De otro lado está la información extragenética o extrasomática que el ser humano produce, acumula y transforma en su interacción con el medio donde vive, sea estimulado por retos o necesidades o simplemente para expresar sus profundas e íntimas vivencias espirituales, y esta información se encuentra tallada en piedras, huesos, metales, en monumentos, en libros, en obras llamadas “de arte”, en acetatos, CDs, en la Internet y mil artilugios más, impensados hace unos cuántos años atrás.
En ocasiones se crean tensiones entre estos dos tipos de información por desconocer que en todo momento están presente en nuestra vida. Tomemos un ejemplo sencillo para ilustrar, el tomar agua. Nuestro organismo “sabe” cuándo necesita reponer sus niveles de agua para seguir funcionando eficientemente, este requerimiento se manifiesta en forma de sed y basta con tomar agua para resolverlo; la información genética y la evolución biológica han diseñado este mecanismo para proteger al organismo y llega un momento en el cual “sentimos” que ya no necesitamos beber más agua. Sin embargo, más allá de la satisfacción de una necesidad orgánica como la sed, el ser humano se ha dado a la tarea (o la maña) de explorar otras posibilidades; siguiendo el ejemplo, sabemos que existe una información extragenética que nos dice que la sed no sólo se satisface con agua en su forma natural (H2O), sino que se han inventado bebidas gaseosas, carbonatadas, emulsiones, cervezas y mil combinaciones más, que además de calmar la sed, generan otras sensaciones placenteras, encienden la chispa de la vida, energizan, te dan alaaas y nos hacen vivir al 100. Pero, ¿Qué tiene que ver este ejemplo con la sabiduría? Espere y verá.
Desde pequeños, al menos los de mi edad (cincuenta y más…), aprendimos de los mayores que el agua natural y mejor si se toma “al clima”, es un buen recurso para calmar la sed y no crea dependencias, ni adicciones, ni desequilibrios orgánicos, es medicinal y se encuentra por todas partes, por eso hay que cuidarla. Allí está la sabiduría, saber discernir entre aquello necesario para conservar la vida y procurarnos bienestar porque la tradición lo ha validado y aquello que supuestamente sirve a los mismos fines, pero tiene otras motivaciones e intereses, a veces mezquinos, tiene un antivalor agregado y genera consecuencias dañinas para la salud, el ambiente y la supervivencia de las especies que habitamos este planeta.
Este sencillo ejemplo lo podemos amplificar en nuestra vida diaria; somos víctimas de la publicidad especializada o subliminal o descaradamente engañosa, que nos hace creer que necesitamos tal o cual producto y que en ello va nuestra felicidad, somos víctimas de la mercantilización de muchas de nuestras más caras tradiciones, que salen caras también a nuestros bolsillos; estamos al vaivén de los imperios comerciales que diariamente nos sumergen en un mar de dicha y disfrute, que tratan de inducirnos a consumir este mundo y parte del otro, nos enseñan a pensar con el deseo o lo que es peor, a no pensar y desear; allí está la publicidad que nos ofrece desde una aguja, un confite, una camisa, un enlatado, un automóvil hasta matricularnos en esta o aquella iglesia u organización, finalmente, todo se convierte en producto para el consumo.
Siguiendo esta lógica diabólica, los días del año ya no alcanzan, y los bolsillo tampoco, para las celebraciones que nos asedian: día de la madre, de la mujer, de la abuelita, del niño, del padre, de la niña, del estudiante, de la secretaria, de la banderita, del maestro, de la maestra, del perro, del gato, del zapatero, de las brujitas, de la vaca, del cocodrilo, del agua, del amor y la amistad, de los novios, de los santos, del médico, de los muertos, de los vivos… pero no es malo que estos días existan…o ¿sí?…bueno, yo tampoco estoy muy seguro.
Hablando de celebraciones, por estos días es casi imposible sustraerse al sublime, dulce y arrobador embrujo navideño, que ahora ya comienza desde octubre y a medida que pasan los días el furor por las acostumbradas “tradiciones” crece y crece como bola de nieve. En ciudades, pueblos y caceríos (si tienen energía), las calles, parque, ríos, postes, árboles y edificios están bellamente adornados e iluminados con lucecitas de colores, bombillitos titilantes o luces láser o led. También se mueven las estadísticas de quemados con pólvora que suben, como de costumbre. Pronto se iniciará la romería de personajes ilustres o en camino de serlo, por pesebres, albergues, barrios y sectores donde viven “los menos favorecidos (1)” cárceles; ancianatos, ahora casas de la edad dorada; hospitales; pabellones de quemados y otros sitios de reclusión, para prodigar sus mercedes, apaciguar su conciencia y despedirse hasta dentro de un año, o tal vez antes, es época electoral.
Ejercitemos entonces, esa capacidad de reflexión, que dijimos, nos diferencia de nuestros parientes primates. Aprovechemos un momento de este tiempo para reflexionar sobre la “tradición navideña”, sus orígenes, su desarrollo y comprender el por qué y cómo participamos de esta fascinante, nostálgica y delirante época (2).
Conocer los orígenes de algo es una buena manera de empezar a comprenderlo, de ubicarlo en su justo lugar. Sobre la tradición navideña podemos preguntarnos, por ejemplo, ¿Cuándo empezó? ¿Dónde? ¿Quién la inventó? ¿Nos identificamos con esta tradición? ¿Cuál es su trasfondo espiritual? ¿Cuál es su trasfondo religioso? ¿Se podría mirar con otros ojos? ¿Nos atrevemos a proponer a las comunidades urbanas y rurales, releer con ellas sus propias tradiciones, sus momentos fuertes y convocantes? Yo creo que sí podemos y por ser la navidad una tradición inicialmente religiosa, partamos de lo que algunos textos bíblicos relatan sobre el acontecimiento que pareciera ser el fondo de todo, el nacimiento de Jesús, se contrastarán los textos con datos de fuentes extrabíblicas y haremos algunos comentarios, leamos:
¿Cuándo empezó todo?
Verdades a medias sobre la navidad: Los evangelios de Mateo y Lucas cuentan el nacimiento de un niño judío, al cual llamaron Jesús y tiempo después lo denominaron “Cristo” (Ungido). Lo que no dicen es la fecha de este acontecimiento, pero Lc 2, 2 da un detalle clave al referirse a un censo que obligó a José y a María, los padres de Jesús, a viajar a Belén, un pequeño caserío en los montes de Judea: “Este primer censo se hizo cuando Quirino era gobernador de Siria”. En Belén había mucha gente y les tocó alojarse en la cueva (3) donde guardaban los animales, pues no había más sitio, y sucedió que a María le cogieron los dolores de parto y el niño nació allí. Comparando fechas, este censo ordenado por Quirino, ocurrió entre 5 y 7 años antes de la fecha asumida en occidente para contar los años “después de Cristo”; lo que significa que Jesucristo nació unos cuantos años “antes de Cristo” (4).
¿Y la fecha?
También es poco probable que Jesús naciera en la fecha celebrada tradicionalmente por los católicos de todo el mundo. De hecho, el día de Navidad (latín: nativitas, “nacimiento”) sólo fue oficialmente reconocido en el año 354 por el Papa Liberio, cuando por influencia de san Juan Crisóstomo y san Gregorio de Nacianceno se proclamó el 25 de diciembre como el día del Nacimiento de Jesús. En 1582 el Papa Gregorio XIII introdujo el calendario Gregoriano en sustitución del calendario Juliano, utilizado hasta entonces. Algunas iglesias Ortodoxas no aceptaron estas reformas y aunque siguen celebrando el 25 de diciembre como fecha de la natividad en el calendario juliano, esta fecha corresponde al 7 de enero en el calendario gregoriano (5).
Estudiosos del tema han intentado calcular la fecha del nacimiento de Jesús tomando como fuente a Lucas 1:5-8 donde se afirma que en el momento de la concepción de Juan el Bautista, Zacarías su padre, sacerdote del grupo de Abías, oficiaba en el Templo de Jerusalén y según Lucas 1:36 Jesús nació aproximadamente seis meses después de Juan. Según 1Cronicas 24:7-19 había 24 grupos de sacerdotes que servían por turnos en el templo y al grupo de Abías le correspondía el octavo turno. Contando los turnos desde el comienzo del año, al grupo de Abías le correspondió servir a comienzos de junio (del 8 al 14 del tercer mes del calendario lunar hebreo). Siguiendo esta hipótesis y si los embarazos de Isabel y María fueron normales (9 meses), Juan nació en marzo y Jesús en septiembre. Esta fecha sería compatible con la indicación de Lucas 2:8, “Cerca de Belén había unos pastores que pasaban la noche en el campo cuidando sus ovejas”. Difícilmente los pastores realizarían esta actividad al aire libre en invierno (diciembre).
Pero para otros historiadores la celebración de la Navidad debería situarse en primavera (entre abril y mayo) y tienen también sus argumentos.
Esto indica que la discusión continúa, sin embargo queda claro que la fijación de la fecha de celebración del nacimiento del Jesús histórico obedece más a razones de índole político-eclesial que de veracidad histórica, considérese también que no hay un solo texto bíblico que instituya u ordene la celebración del nacimiento de Jesús como acontecimiento fundante y mucho menos Jesús tuvo la pretensión de que sus seguidores celebraran su cumpleaños.
De perseguidos a seguidores
Al paso del tiempo, el grupo de seguidores de Jesús (inicialmente, una especie de secta dentro del Judaísmo, después los expulsaron) fue perfilando su identidad al tiempo que se dispersaba por Asia menor y la región mediterránea. En Antioquía (Península de Anatolia, actual Turquía) se les comenzó a llamar “cristianos”, pues se declaraban seguidores de un personaje al que llamaban “Cristo”. Por sus convicciones y prácticas los “cristianos” llegaron a ser perseguidos a sangre y fuego por el imperio de turno, Roma. Sin embargo, estos grupos permearon tanto la sociedad romana, que un emperador abrió el camino para que esta fe se convirtiera en la religión oficial, fue Constantino I quien en el año 313 proclamó el “Edicto de Milán” imponiendo la tolerancia religiosa que favoreció especialmente a los cristianos, cuya religión fue declarada “oficial” en el imperio.
La ventaja de ser “religión oficial”
Consecuente con la política de todo imperio y de toda religión “oficial” de absorber y resignificar lo que considera inadecuado y no puede eliminar, la iglesia católica a partir de sus propias tradiciones, y de las culturas con las que entraba en contacto fue institucionalizando diversas prácticas, ritos y costumbres muy variadas. Entre estas costumbres está aquella que hoy denominamos alegremente La Navidad. Veamos algunos datos interesantes al respecto de su formación:
* Los romanos celebraban una fiesta “pagana” el Saturnal, lo hacían durante la semana del solsticio de invierno, del 17 al 25 de diciembre en honor a Saturno, dios de la agricultura, con grandes diversiones y banquetes. Para facilitar la conversión de los romanos al cristianismo sin abandonar sus festividades, el Papa Julio I pidió en el año 350 que el nacimiento de Cristo fuera celebrado en esa misma fecha.
* Las saturnales iniciaban con un sacrificio en honor a Saturno y continuaban con un banquete abierto a toda la población. Durante estas fiestas se suspendían y se postergaban ejecuciones y operaciones militares. Era un periodo de buena voluntad, dedicado a los banquetes, loterías y juegos de azar y al intercambio de visitas y regalos.
* Una costumbre de esta época era la libertad que se daba a los esclavos quienes ocupaban un sitio en la mesa familiar y los amos se convertían en sus servidores.
* Los pueblos germanos y escandinavos celebraban el 26 de diciembre el nacimiento de Frey, dios nórdico del sol naciente, la lluvia y la fertilidad. Era una fiesta de invierno, denominada Yule, en la que se quemaban grandes troncos adornados con ramas y cintas en honor a los dioses para que el sol fuera propicio y brillara con más fuerza, esta costumbre se transformó en el árbol de Navidad, cuando llegó el Cristianismo al norte de Europa.
La Navidad, un crisol de tradiciones
Estos usos y costumbres pasaron a la celebración navideña y en la edad media la iglesia agregó el Nacimiento (pesebre) y los villancicos.
La celebración de Navidad como actualmente la conocemos, se organizó en el siglo XIX. El árbol de navidad, originario de zonas germanas, se extendió por otras áreas de Europa y América. Los villancicos fueron recuperados y se compusieron muchos nuevos (la costumbre de cantar villancicos, aunque de antiguos orígenes, se fortalece en el siglo XIX). Las tarjetas de navidad comenzaron a ser de uso común en la década de 1870. La divertida imagen de Santa Claus, con el trineo, los renos y las bolsas con juguetes, es una invención estadounidense, aunque la leyenda de Papá Noel es más antigua y procede en parte de san Nicolás y una alegre figura medieval denominada el espíritu de navidad.
Actualmente, la Navidad es una época de gran actividad comercial e intercambio de regalos, reuniones, paseos y comidas familiares, muy bien aprovechada por comerciantes y mercaderes que en diciembre hacen su agosto a costa de quienes irreflexivamente se someten a las prácticas “tradicionales” y miden su amor, deseos de paz y buena voluntad hacia sus semejantes por el valor de un obsequio. Hemos evolucionado tanto, que ahora las tarjetas navideñas viajan a grandes velocidades en la web y expresamos nuestros deseos de felicidad con PowerPoint o en las redes sociales, esto es realmente maravilloso, sin embargo hay otro aspecto sobre el cual deberíamos detenernos a pensar un momento, ¿Qué debería significar la navidad en un contexto afro? ¿Amerita un discernimiento?
La simbología navideña en afrocolombia pide contextualización
Los símbolos son determinantes en la construcción de identidad y la variada simbología navideña amerita una reflexión profunda. ¿Por qué no pensar en unos símbolos navideños más cercanos a nuestra realidad triétnica en el Pacífico colombiano, unos símbolos que sean más significativos?
¿Por qué adornar pinos que ni siquiera conocemos en nuestros bosques tropicales, muñecos de nieve, renos, papá Noel y chimeneas, tan lejanos de nuestra cotidianidad como el Polo Norte? ¿Para qué hacer cantar villancicos europeos de los siglos XV y XVI que hablan de zagales y zagalas a niñ@s que no conocen de pastores y pastoras, de rebaños y ovejas pero sí conocen de ríos, selvas, canoas y lucha diaria por la sobrevivencia? ¿Para qué seguir reforzando en las catequesis pesebreras de las novenas navideñas, la falsa y alienante imagen de un dios que “quiso” nacer pobre para enseñarnos “humildad”; de un niño judío considerado dios desde antes de nacer, pero que a pesar de su origen étnico, lo pintan con cabello rubio y rosadito gracias al eurocentrismo teológico y eclesial? mírese la imagen del “Divino niño”, tan divino, pero era así como lo pintan hoy?.
¿No hay alguna propuesta más creativa, más cercana, que resignifique la época navideña y refuerce el sentido de pertenencia, la identidad y el amor por lo nuestro? Yo creo que sí la hay, basta con atreverse a repensar, a des-organizar lo organizado, a ver a nuestro alrededor los rostros de niñ@s, jóvenes y adultos esperanzados y entusiastas en época navideña, pero que no encuentran más que tradiciones que no les hablan de lo suyo sino de lo que otros ya crearon para ellos.
No se trata sólo del ropaje (lo externo) de la navidad, más allá de cambiar la tutaina por un alabao navideño del Pacífico, o un carrito de plástico por una canoa de balso, se debe fortalecer el espíritu de solidaridad y confianza entre vecin@s, esa amistad que no está mediada por el regalo de un objeto. Fortalecer en esta época la sensibilidad hacia los hermanos de causa, historia y cultura, de modo que la marginalidad, el desplazamiento, el racismo subrepticio y a veces explícito que hoy vivimos, sean asumidos como problemas
reales que se deben superar con autoreconocimiento, relaciones interculturales respetuosas y equilibradas a lo largo de todo el año y de todos los años, no solamente por la euforia colectiva y distractora propia de la época navideña. La resignificación de esta fiesta es una tarea que compete a tod@s: iglesias de cualquier denominación, Instituciones educativas, ONG, docentes, entidades oficiales que organizan novenas navideñas, matronas hacedoras de pesebres, simples cristianos de a pie…
Es de admirar el fervor en las campañas decembrinas donde primeras, segundas y últimas damas, reinas, presentador@s de la televisora, funcionarios estatales y similares, pasan por los pesebres barriales repartiendo sus bondades (carritos plásticos, pitos, pelotas, muñecas rubias y demás cachivaches) a los niños y niñas y hasta se toman fotos o autofotos (selfie, hablando fino) para el recuerdo, pero… ¿Y el resto del año?…
La pregunta de fondo es: ¿Buscaremos el agua natural o seguiremos consumiendo aquella coloreada y almibarada que nos ofrece la sociedad del consumismo, del desecho, de la obsolescencia?
(1) La pregunta que me hago cuando escucho esta expresión es ¿Quién favoreció a “los más favorecidos”?. ¿La suerte? ¿El destino? ¿Algún dios? ¿Algún demonio? ¿Nuestra amada institucionalidad?… Tampoco lo sé.
(2) Un arrobamiento casi irracional embarga a muchos y muchas, es fascinante ver tanta ternura en sus caras, niños, niñas, adolescentes y adultos, todos y todas con una expresión angelical (nunca he visto un ángel) ante las luces, los colores, la música decembrina, la pólvora, la tutaina, el pesebre, todo eso es hermoso, indescriptible, trascendental.
(3) Era costumbre construir la casa adosada a un barranco y excavar una cueva para utilizarla como granero o depósito y para proteger los animales en invierno. Eso era un pesebre. En caso de apuro servía también de alojamiento para las personas.
(4) El error lo cometió en el año 533 un monje, Dionisio el Exiguo (era muy pequeño), al hacer el cómputo del año primero de la era cristiana como el año 754 de la fundación de Roma, fecha demasiado tardía ya que Herodes murió en el 750.
(5) http://www.leonismoargentino.com.ar/RefNavidad2.htm