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En Buenaventura, la violencia impuso la ley del silencio

By octubre 11, 2013enero 25th, 2024No Comments
En Buenaventura, la violencia impuso la ley del silencio

Durante el 2012, Colombia importó poco más de un millón y medio de televisores de última tecnología. Todos desembarcaron en los muelles del terminal marítimo de Buenaventura, atravesaron la Cordillera Occidental en tractomula y terminaron instalados en acogedoras salas, hermosos restaurantes, lujosos hoteles, centros comerciales, negocios y oficinas de todo el país. Pero en este, el principal puerto del país, muchos creen que tal vez no funcionaron. Porque nadie en Colombia parece haber visto por televisión que Buenaventura se está desangrando.

Si, nadie parece darse cuenta de la barbarie que ocurre en esta población, donde en los últimos cuatro meses se han encontrado seis cadáveres descuartizados, flotando en las aguas del que un día fue llamado «bello puerto del mar».

Tan sólo en el último mes, la misma escena macabra se ha repetido tres veces: la marea trajo troncos, brazos, cabezas, restos de personas que fueron torturadas y asesinadas con una sevicia inimaginable. Pero los habitantes de Buenaventura sienten que quizá nadie en Colombia se ha enterado de semejante tragedia. O, peor aún, que tal vez a nadie le importa.

Soledad. Rabia. Impotencia. Ese es el sentimiento que palpa el que hoy llega a Buenaventura a preguntar por las causas de esa ola de crímenes. Y miedo, mucho miedo. Nadie quiere hablar. Decir algo parece inconcebible, hasta suicida. Los que se atreven hacen la aclaración: «no diga nada con la que puedan identificarme».

Todos saben lo que sucede, muchos lo sufren a diario, pero prefieren soportarlo y conservar la vida. La guerra entre dos bandas criminales (`la Empresa` y `los Urabeños`), que este año -según la Policía- está detrás de por lo menos el 80% de los 122 homicidios del puerto, impuso la ley del silencio.

Aún así, aquí se habla entre dientes de la existencia de `casas de pique`. Parece un eufemismo para referirse a una de esas películas de terror protagonizadas por lunáticos con motosierra. Pero en Buenaventura ese término hace referencia a lugares en los que se tortura, asesina y descuartiza a personas que desaparecen misteriosamente.

La propia Iglesia Católica denunció su existencia el año pasado, y muchos aquí sostienen que es verdad. Han escuchado los gritos de personas que ruegan piedad, que tratan de identificarse y que juran no ser informantes. También han escuchado cómo esos gritos se apagan y han visto que días después aparecen flotando restos humanos en la bahía. Incluso, hay quienes hablan de la utilización de un molino con el que los criminales literalmente hacen pedacitos a sus víctimas, para después arrojarlas al mar.

La Policía dice que estos lugares no existen. Cuando fueron denunciados se realizaron allanamientos, “con todos los equipos técnicos para detectar rastros de cualquier tipo”, pero no se encontró nada. Sin embargo, aseguran que ya tienen indicios de quiénes son los responsables de los últimos desmembramientos, por quienes hay una recompensa de hasta $5 millones.

En un intento por explicar esa orgía de terror, entre la comunidad corre el rumor de que alias Orejas –un criminal de `la Empresa`– trajo a un mexicano para asesorarlo. La Policía indica que hay pistas de presencia de ciudadanos de ese país entre las bandas, pero que no hay forma de probar que estén vinculados con los homicidios.

Jairo Ayala es una de las víctimas de esa ola de violencia extrema. A su hijo, Jesús David, lo asesinaron en junio junto a uno de sus amigos y a ambos los encontraron en La Bocana, desmembrados.

«Eso fue el día del partido de la Selección Colombia contra Perú», recuerda. Por la televisión salieron los goles, el júbilo nacional. Sobre el estupor de los habitantes de Buenaventura no hubo grandes titulares, ni cadenas en Twitter.

Acerca del hecho solo hay especulaciones. Se dice que los jóvenes fueron a una fiesta en el barrio Lleras y que cruzaron una `frontera imaginaria`. Casi cuatro meses después los cadáveres -aunque incompletos- siguen en Medicina Legal, a la espera de los resultados de un examen de ADN que permita su identificación oficial. Aunque los familiares ya los reconocieron, la carencia de ese documento ha impedido que los entierren.

Jairo, entonces, espera. Revisa cada uno de los carros que pasa por la calle en la que trabaja. Sabe cuál es el que maneja un investigador que le prometió buscarlo apenas llegara el informe. Esa visita se ha convertido en lo más importante de su día.

Recuerda que el día que encontraron a Jesús David recibió varias llamadas: «que aquí está una parte, que allá la otra, que la marea trajo unos restos a tal sitio y puede que sean de él…» No puede dormir pensando en que su hijo, o lo que recuperó de él, está en la morgue. Lleva consigo una carta en la que le explican que se necesita la prueba de ADN para entregarlo y se aferra a ella ante el temor de perderlo. No tiene nada más. Ni verdad, ni justicia, ni mucho menos reparación. Sólo un papel. Y la indiferencia de que nadie en el Gobierno se preocupe por ponerle freno a esta violencia.

Otro hijo de Jairo también fue víctima. A él su familia lo sacó de Buenaventura, pues intentaron reclutarlo. Le ofrecían $50 mil, cifra que muchos aceptan. Incluso menos. Hay `campaneros` o informantes de las bandas criminales que se tranzan con una camiseta o con unas gafas, cuenta un líder comunitario. De acuerdo con la Personería, tan solo 25 menores han denunciado un intento de reclutamiento este año. Todos han tenido que irse de la ciudad.

¿Qué es lo que pasa?

`La Empresa` ha regresado. Así lo resume el coronel Óscar Gómez, comandante de la Policía de Buenaventura. Esta banda criminal, que lleva varios años en la ciudad, se creyó acabada a comienzos de año tras la captura de sus principales líderes, el constante asedio de `los Urabeños` y un periodo de poca liquidez económica.

La “caída” comenzó el 6 de octubre, fecha que quedó marcada como la llegada de la banda de Urabá al Puerto, de mano del `Negro Orlando` y de un clan familiar al que llaman `los Bustamante`, acusado por la Fiscalía de cerca de un centenar de homicidios. `Los Urabeños` llegaron fuertes, con dinero para pagar a quienes trabajaran para ellos o para mandar a matar al que se resistiera.

Pero la bonanza no les duró mucho tiempo. El `Negro Orlando` fue capturado, así como `Pony` (jefe de la banda en Buenaventura) y otros lugartenientes.

Mientras tanto, quienes quedaron de `La Empresa`, algunos de los cuales se refugiaron en Cali, comenzaron a reagruparse. Las autoridades creen que el cabecilla de esta banda, `Orejas` o `el Mono`, encontró apoyo en alias César, el encargado de las finanzas de `los Rastrojos` en el Valle del Cauca. Y ahora, así como el año pasado hicieron `los Urabeños`, los de `la Empresa` quieren mandar un mensaje de terror que reafirme su poderío.

El fuerte de esta organización está en la Comuna 12, conformada por los primeros barrios con los que se encuentran quienes llegan desde el interior del país.

No es una ruta de exportación de coca porque no está rodeada de mar. Pero por su ubicación funciona como una especie de `retén` para todo lo que llega a Buenaventura. La comida, las medicinas, la droga, pasan por el control de `la Empresa`. Allá, dicen las autoridades, los delincuentes de esa organización encuentran protección de sus familias. Fue la única comuna a la que `los Urabeños` no pudieron entrar el año pasado.

«Ellos creen, de verdad, que son la autoridad», dice un habitante de esa comuna. Él, que en alguna ocasión intentó hablar en voz de alta de buscar una salida a la violencia, ahora trata de mantener un bajo perfil. Su mensaje parece haber causado el efecto contrario y ahora sus amigos le ruegan que se cuide. Es consciente de a qué se enfrenta, pues lo ha escuchado varias veces: gente que pocas horas antes sabe que la van a matar y no pueden hacer nada para evitarlo.

Pero ha decidido quedarse. Dice que no se va, entre otras cosas, porque no debería abandonar su pueblo. Que esta violencia lleva más de una década, igualita, con un ligero cambio en el nombre de los protagonistas: guerrilla, narcotráfico, paramilitares, bandas criminales… Que no ve una salida pronta, ni a largo plazo.

Su frustración se comprende al ver a los niños. En algunos barrios ya no se juega a `policías y ladrones` sino a `las bandas`. Luego los verdaderos criminales los invitan a que se unan y así se van perpetuando. Las 62 capturas de presuntos miembros de `la Empresa` y 42 de `los Urabeños`, que lleva este año la Policía, no son suficientes para acabar con el problema.

“Lo que pasa es que atacan a las cabezas y no al que va todos los días y extorsiona al propio vecino”, explica un líder comunitario. Lo que pasa, agrega, «es que nadie aquí entiende porque el Gobierno permite que dos bandas criminales mantengan arrinconada a una población de más de 360 mil habitantes en donde funciona el puerto que moviliza el 55% del comercio exterior del país».

Nadie entiende qué pasa con los 334 mil millones de presupuesto anual que maneja este Municipio. Nadie entiende por qué no hay agua potable en forma permanente, por qué no se ha consolidado el programa de víctimas, qué pasa con la inversión en educación, vivienda y servicios públicos.

Y sí, es difícil de entender. Esta misma población es la que se menciona, una y otra vez, en los discursos oficiales y gremiales sobre los tratados de libre comercio, la Alianza del Pacífico y la modernización portuaria. Por aquí, dicen los informes del Estado, se exportaron productos por valor de US$1.148,2 millones en el primer semestre de este año.

Las autoridades responden. La secretaria de Gobierno de Buenaventura, Ledis Torres Copete, reconoce que hay una «situación crítica». Asegura que se han hecho consejos de seguridad y comités de orden público y que actualmente se adelanta una intervención policial en los barrios más afectados.

Dice que «en algunas zonas hemos logrado contener la situación». Admite que, aunque van más de un centenar de personas capturadas, hace falta inversión social. «Para nadie es un secreto el índice de necesidades básicas insatisfechas, pero por más que queramos en este momento no alcanzamos a resolver problemas ancestrales», sentencia.

Es difícil de entender. Por la avenida principal de esta ciudad se mueven entre 1.700 y 2.500 tractomulas cada día. Llevan y traen miles de toneladas de cosas que les dan felicidad y les hacen más amable la vida a los colombianos del interior del país: desde arroz hasta whisky, desde sal hasta carros último modelo, desde lencería erótica hasta televisores LED. Pero en esta misma ciudad hoy reina el terror, el miedo, la ley del silencio.

Por eso el hombre de la Comuna 12, que un día quiso hablar de paz, se siente solo. Dice que ya abandonó lo último que se pierde, la esperanza, pues se dio cuenta de que en Colombia a nadie le importa su ciudad. «Con tal de que el Puerto funcione, que los demás se maten».