Pero luego de aquello que prometía ser el comienzo de un boom, el currulao volvió a ausentarse de los catálogos discográficos. Solamente el sello Folkways (uno de los más queridos por los antropólogos) replicó con un álbum llamado Afro-Hispanic Music From Western Colombia. Pero algo con ese título de tesis de grado carecía de todo carisma para ponerse de moda.
Que la industria discográfica (con sus fórmulas del éxito) no se haya concentrado en la música del Pacífico permite hoy escuchar algo muy poco manoseado, cercano todavía a su ancestro africano, ‘auténtico’, para usar la expresión de los folcloristas. Lo cual no quiere decir que sea rígido. Basta escuchar Mulataje, el último disco del grupo Bahía, para entender cómo se puede respetar una tradición y a la vez trabajar con emociones actuales.
En ese lenguaje, que hace que el pasado suene deliciosamente fresco, han aparecido un rey y una reina. Sus cantos vienen de rincones distintos del Cauca y no me consta que se conozcan; pero sus discos salieron de forma casi simultánea y se complementan tan bien que no es delirio ponerlos en un mismo trono. Ella le canta a los misterios de la naturaleza selvática; él, que ya conoce las ciudades, le hace una oda a lo que más le ha gustado de la selva de asfalto: la ciclovía. Ambos, sin ponerse de acuerdo, le dedican una canción a la paz y otra a los camarones.
El rey es José Antonio Torres, mejor conocido como Gualajo, uno de esos maestros en cuya sabiduría se posa buena parte de nuestro conocimiento sobre el currulao: no solo es referencial su manera de tocar la marimba sino también de fabricarla. Gualajo es de esa estirpe de músicos que se hacen uno con su instrumento. Su marimba posee una afinación que enloquecería todo el sistema tonal de Occidente, pero que se vuelve extrañamente lógica en sus manos, en sus composiciones.
Al llegar a su tercer disco, titulado Quién será, Gualajo se permite incorporar instrumentos como el saxo y albergar ritmos cercanos a la salsa (o, en todo caso, a su comprensión de ella). La marimba, de todas maneras, sigue siendo la base desde donde dirige a sus músicos y el disco está tan bien grabado que no permite distraerse por mucho tiempo en sonidos diferentes a las tablitas de chonta.
La reina, por su parte, se llama Inés Granja y nos presenta su primer disco solista. No es una recién llegada a la escena: como cantante del grupo Socavón hace una década, y luego con el grupo Santa Bárbara, fue responsable de muchos cantos que hoy se consideran himnos del currulao. Su voz, curtida en la técnica natural de los rezos de domingo, fue premiada en el Festival de Música del Pacífico Petronio Álvarez en 2007.
La responsabilidad de vestir a esa voz con una instrumentación digna pero sencilla corrió por cuenta de dos productores bogotanos. Uno de ellos, Juan David Castaño, me confió su intención: “No llevar el currulao a otro lenguaje sino darle nuevos colores”. Y entonces entran un órgano Hammond o un cavaquinho brasilero, pero con tanta sutileza que adornan en lugar de romper. Es que el embrujo de esta música se debe a una conexión directa con los ancestros, a que pertenece a una suerte de tiempo congelado. El rey y la reina lo saben bien.
TOMADO DE SEMANA.COM