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Un oro verde en las selvas de Colombia

By diciembre 31, 1969No Comments
Un oro verde en las selvas de Colombia

¿Quién quiere prometer amor puro y eterno con una argolla hecha de un oro que ha causado explotación, severo daño ambiental e incluso violencia?

Para los pocos que se hacen esta pregunta, Américo Mosquera, un minero de oro artesanal que vive en la selva tropical de Chocó tiene una inusual respuesta.

Él, al igual que otros mineros afrodescendientes de esta región, ha sustituido el uso de químicos tóxicos y la tala masiva de la selva, por técnicas artesanales que aseguran una explotación sostenible del oro, un mineral que se ha extraido aquí desde tiempos de la colonia española.

Su pequeña mina está en medio de la selva, a unos 10 kilómetros de Tadó, uno de los principales poblados mineros de esta zona. Para llegar a la mina de Américo hay que recorrer trochas estrechas en medio de una vegetación abundante y caminar entre riachuelos de aguas cristalinas, rodeado de aves de cantos exóticos y plumajes coloridos.

Una cicatriz que se cierra
 
«Si esta mina no fuera trabajada artesanalmente, sino con maquinaria, esto sería totalmente horrible», dice Américo, mientras escarba entre el barro rojizo de su mina, en el corazón de una de las regiones más biodiversas del planeta.

Américo, de 53 años, apila la tierra que remueve de su mina en terrazas donde las plantas crecen de nuevo. Así, las zonas que ya han sido explotadas se vuelven a cubrir de vegetación, como una cicatriz que poco a poco se va cerrando. Para separar el oro de las impurezas, este minero de brazos fornidos usa un jugo viscoso que extrae de las hojas del árbol de balso.

«¿Escucha el sonido del oro ahí?», me dice Américo mientras agita un recipiente de metal en el que gracias a este jugo natural se ven en el fondo varias pepitas del mineral dorado. «Cuando el oro es mas grueso suena mas duro, tiene mas música», dice.

Américo es parte de la Corporación Oro Verde, un proyecto comunitario de minería responsable en una de las regiones más pobres y abandonadas de América Latina.

«Una de las cosas que me impactaron más cuando visité esta región es que la gente estaba literalmente sentada sobre una mina de oro y muriéndose de hambre», dice Catalina Cock, fundadora de la Corporación que recibió el año pasado el premio SEED de Naciones Unidas a las mejores iniciativas de desarrollo sostenible en el mundo.

Los mineros de Oro Verde reciben una prima del 15% por su oro, la cual pagan los consumidores finales. El dinero va a un fondo comunitario que luego se reinvierte en las minas o se reparte entre las familias.

Sin embargo, las técnicas que utilizan Américo y 114 familias que pertenecen a la Corporación son escasas entre las miles de minas que se encuentran desperdigadas por esta alejada región.

Cráteres y mercurio

Para ver los efectos de la minería mecanizada basta avanzar, selva adentro, un par de kilómetros por la misma trocha.

Al cabo de unos minutos de camino, el verde intenso de la vegetación da paso a un gigantesco cráter de piedras que se extiende varias hectáreas, como si allí hubiese caído del cielo una inmensa bomba. El rugido del motor de una retroexcavadora cubre el bullicio natural de la selva.

«Aqui estamos buscando oro y platino», dice Humberto Montenegro, un hombre que dejó su trabajo en Caldas para buscar suerte en esta región. «Esto es una es un aventura. Como se puede multiplicar la inversión, también se puede perder», asegura.

En minas como esta se utilizan retroexcavadoras para tumbar la selva y tóxicos como el mercurio y el cianuro para separa el oro de la piedra. Al final del proceso, estos químicos terminan en el suelo y el agua dejando terrenos infértiles y ríos sin vida, donde antes se podía pescar o sembrar comida.

«Hemos tenido registro de retroexcavadoras que van bajando por el río y que entran a las ciénagas”, dice Giovanni Ramírez, investigador del IIAP, el Instituto de Investigaciones Científicas del Chocó. «Yo lo que digo es que les faltan alas para que acaben con el Chocó».

Según un informe reservado del Gobierno, al menos 220.000 hectáreas de esta selva están en manos de mineros ilegales, algunos de ellos vinculados a grupos armados como las FARC.

Un mercado global
 
Sin embargo, el Oro Verde del Chocó ya ha logrado conquistar mercados de nicho en Inglaterra, Finlandia y Canadá.

Hoy cuentan con el sello internacional «Fair Trade» y «Fair Mined», dos sellos independientes que garantizan en el nivel internacional sus buenas prácticas.

«Cuando empezamos, las joyerías tradicionales nos veían como una amenaza a su reputacion», cuenta Christian Cheesman, director de Cred, una pequeña joyería en un céntrico barrio de Londres que trabaja hace siete años con este oro certificado.

Aunque las cifras varían según la región, Cheesman estima que, en promedio, extraer el oro para un anillo de bodas (unos 1,5 gramos) de manera industrial puede generar entre dos y cinco toneladas de desechos.

Una realidad como esa es la que ha estremecido la conciencia de consumidores como Kristina Johnson, una sueca que viajó desde Estocolmo hasta Londres para elegir su anillo de bodas en la tienda de Cheesman.

«Leyendo y hablando con amigos nos dimos cuenta de que queríamos algo que fuera justo y correcto para nuestra boda», dijo Johnson. «El Oro Verde nos pareció la mejor opción».
 
Escasa producción, pero en aumento

Sin embargo, los mineros de Oro Verde sólo logran producir seis kilos de este oro al año, un volumen que no alcanza a despertar el interés de las grandes joyerías.

«El Oro Verde es una maravillosa idea, pero el drama es que el mercado está demandando más de lo que ellos pueden producir por la forma como producen», explica Cristina Echavarría, directora de la Alianza por la Minería Responsable (ARM), una organización mundial que enseña a los mineros a usar responsablemente el mercurio y otros químicos. Según Echavarría, los mineros de ARM alcanzan hoy una producción anual de 400 kilos, un volumen que puede tener más impacto en el mercado, aun siendo respetuosos del medio ambiente.

Para Echavarría es indispensable encontrar un modelo de producción sostenible pero con un estándar técnico que permita incluir a más mineros y producir más que Oro Verde. Recuerda que según la Organización Internacional del Trabajo, 150 millones de personas en el mundo dependen de la minería artesanal, el doble de hace diez años.

«Mucha gente en el mundo que ha sido desplazada por los conflictos o por el cambio climático que ha diezmado sus cultivos o sus animales va a la minería artesanal», explica Echavarría.

«Este es uno de los pocos oficios en el mundo al que puedas llegar sin saber nada y en un día conseguir suficiente con que alimentar a tus hijos».

Tomado de la revista Semana.com

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