Pacífico, 15 de diciembre de 2020
Riosucio: entre el fuego y el olvido
Si les preguntan a los colombianos en qué lugar del mapa nacional queda Riosucio, Chocó seguramente muy pocos acertarán en la respuesta sobre la localización de este paraíso natural convertido en tragedia. El Estado colombiano ha tenido tanta indiferencia histórica y ha dejado el territorio riosuceño abandonado a tal punto que, los 28832 habitantes del municipio no solo parecen haber nunca existido en el imaginario colombiano, sino que su vida cotidiana resulta ser una constante pesadilla en medio del más hermoso paisaje.
Riosucio no tiene hospital ni acueducto ni mucho menos un cuerpo de bomberos. Los pobladores suelen tratar sus enfermedades con medicina ancestral y para la atención básica hay un austero centro de salud. Los pacientes que se enferman de gravedad o urgencia deben ser trasladados dependiendo del caso, a Turbo, a Montería o a Medellín, ciudades que quedan a más de 5 horas de distancia.
La vía de acceso que los habitantes de Riosucio han usado de manera principal, desde tiempos ancestrales, es el majestuoso Río Atrato; que hoy también resulta un riesgo para la vida de la gente riosuceña y de quienes habitan los municipios ubicados a lo largo de este río, pues al navegar sus aguas se encuentran expuestos en el camino a las vulneraciones, a las intimidaciones y a la violencia ejercida por los grupos armados que se apoderaron del territorio, y que utilizan el Atrato como medio de transporte para el tráfico de drogas y otras cuestiones ilegales.
Y es que en Riosucio las armas son parte de la cotidianidad, es común ver por las calles desbaratadas y humedecidas por las lluvias y las crecientes del Atrato, al ejército nacional paseándose mostrando su armamento, haciendo recorridos por el territorio, sin percatarse al parecer de cómo los paramilitares con sus armas, camionetas polarizadas y motos intimidantes rodean a los pobladores ancestrales cuando se dirigen al Atrato a lavar sus ropas, pasan por el lado de los niños y niñas que juegan felices creyéndose protegidos por un mágico pescado gigante y se detienen frente a la iglesia con miradas furiosas al escuchar que las comunidades andan promulgando un ‘Pacto por la vida y la paz’.
El 28 de noviembre, un enorme incendio acabó con 82 viviendas en Riosucio, dejó 854 personas damnificadas y dos personas muertas. Hoy en el lugar donde Rosmery Palacios Mosquera, de 25 años y Sofía Mosquera Palacios, de 9 años, fallecieron, bailan al ritmo del viento, bajo el sol y la lluvia, cuatro bombas de color blanco y azul celeste amarradas de un palo de madera, que representan un símbolo de memoria de las víctimas del fuego, erguido en medio de las cenizas, la madera tiznada y el olor a chamuscado.
Sin embargo, el duelo de estas pérdidas no es el único que ocurre en Riosucio, que tan solo una semana después de haber vivido tamaña tragedia y aún sin levantar ni un solo pedazo de madera para reconstruir las casas incineradas, vio morir en sus calles a dos jóvenes de 22 años de edad, Duván Mena Blando e Iván Matute Córdoba, asesinados en manos de quienes por justicia propia les propinaron varios balazos, justificados en una absurda limpieza social, que tiene fuertemente amenazada a la juventud del municipio.
Según los integrantes de la Plataforma Juvenil de Riosucio, en el municipio los jóvenes terminan la escuela y se quedan sin nada que hacer. Sus primeras y casi únicas opciones siguen siendo hacer parte de la guerra para bandos legales o ilegales. Las dinámicas del narcotráfico de la zona los exponen, además, al consumo de psicoactivos y a todo lo que este conlleva.
Acompañados por organizaciones internacionales y por la iglesia católica, los jóvenes de la plataforma construyeron una política pública de juventud, en la que proponen inversiones en relación a la educación, al deporte y a la cultura, entre otros. Sin embargo, la política es solo una propuesta encajonada, que no cuenta con recursos ni apoyo por parte del Estado. Mientras tanto, los jóvenes como Duván e Iván, se involucran en robos, vicios, problemas y terminan en un ataúd construido por la misma madera, con la que quizás sus padres los levantaron toda la vida y les dieron de comer.
Riosucio es un municipio maderero. El 99% de sus casas son de madera, así como sus calles son principalmente puentes que emergen en medio de las aguas del Atrato y que unen unas casas con otras en una especie de laberinto acuático. Sus habitantes han trabajado históricamente la madera para sus necesidades básicas, especialmente, en relación a la infraestructura, pero en los últimos años, los ‘chilapos’ y los foráneos han venido a extraer la madera para negocio, y están dejando a Riosucio completamente talado, y a los niños y niñas riosuceños sin el hermoso mundo verde que conocieron sus abuelos y del que se enamoraron sus ancestros.
En los últimos años, los grandes y poderosos inversores crearon en nombre del desarrollo, una vía de acceso al municipio que hace un recorrido de una hora y media en camioneta 4×4, desde Belén de Bajirá, en el que, al viajar por la vía destapada, se visibilizan a lado y lado, grandes terrenos talados, que ahora están al servicio de la ganadería extensiva, en donde cientos de vacas e inmensos búfalos pastan y duermen en manada.
En medio de este panorama, las comunidades de Riosucio, y en general del Bajo Atrato – Darién, luchan por su territorio, por recuperarlo de los grandes extractores y de las dinámicas de guerra y violencia derivadas de las economías ilegales que abundan en la zona. Los pueblos indígenas y afrocolombianos se juntan para construir Paz, persisten para no ser desterrados, luchan para que su territorio no siga siendo explotado, pero sobre todo resisten a toda costa contra el olvido generado por el Estado, que nunca los ha tenido en cuenta y que ni siquiera en medio de las tragedias aparece ni para tomarse la foto repartiéndoles dulces a los niños y niñas en medio del caos. ¿Será que el nuevo helicóptero de doce millones de dólares servirá para que presidencia por fin se digne a visitar las orillas del Bajo Atrato? Amanecerá y veremos.
Comisión Interétnica de la Verdad de la Región Pacífico – CIVP