La Madre Laura, como es conocida, nació en Jericó (Antioquia) en 1874; sufrió desde la infancia el fragor de la violencia. Su padre –Juan de la Cruz Montoya- médico y comerciante, quien se desempeñaba como funcionario público en el cargo de Procurador Municipal (equivalente hoy a Personero) fue asesinado en 1876 por el general Clímaco Uribe. Se vivía un periodo de hegemonía liberal excluyente. Juan de la Cruz era de acendrado origen conservador, en palabras de su hija Laura: “sus costumbres fueron intachables y su sangre hervía cuando se trataba de la defensa de la verdad y la justicia. Murió sin sacramentos, en defensa de la religión, el 2 de diciembre de 1876” (Autobiografía).
Jericó era un pueblo conservador que fue abatido por el partido contrario, el liberal, en una guerra que asoló los campos del suroeste antioqueño. El general Clímaco Uribe que comandaba las huestes liberales era hermano del bisabuelo del hoy expresidente Álvaro Uribe Vélez. Y como en toda guerra al dar a la cabeza del bando contrario se crea un efecto en cascada, el general Uribe buscó atinar –como en efecto lo hizo- al asesinar al personero Juan de la Cruz Montoya, quien era el mayor de 16 hermanos de la familia establecida por Cristóbal Montoya -abuelo de Laura-. La familia Montoya era propietaria de gran parte de las tierras de Jericó. Después del asesinato de Juan de la Cruz Montoya, se saquearon sus propiedades, su padre, su esposa e hijos, además de las familias de sus hermanos tuvieron que huir, mientras que sus bienes pasaron a manos liberales. Laura y su familia se convirtieron en desplazados por la violencia.
No deja de ser paradójico que años después varios presidente liberales apoyaran la acción social de la religiosa y uno de ellos, el presidente Eduardo Santos –tío abuelo del actual mandatario- le confiriera la Cruz de Boyacá, máxima distinción otorgada por el Estado colombiano. También pudiera decirse que la Madre Laura en muchas de sus acciones –como mujer en esa época- se comportaba con más talante liberal que las discretas formas conservadoras a la que era llamada por sus superiores jerárquicos[1], es revelador un diálogo que ella relata con Monseñor Migue Ángel Builes, reconocido en la historia por su férrea oposición y condena a los principios liberales:
- “¿Y tiene usted niñas conservadoras? ¡Es que no hay convicciones! ¡Cómo es que le confían a usted niñas!”. (p. 130).
- “Es que yo también soy conservadora”, le dijo ella.
- ¿Conservadora usted?, – replicó, riendo con ironía…
- “Sí, ilustrísimo señor, – le contestó”.
- “Pues sus métodos son tomados de la francmasonería, y contra ellos hemos de estrellarnos”, – afirmó monseñor Builes (p.130).
- “Esos colegios de malas ideas, hay que destruirlos” ¡No se concibe cómo padres conservadores le confían a usted sus hijas! (p. 131).
Dolores Upegui fue su madre “piadosa, caritativa y a tal punto eran notorias la seriedad de su carácter y su piedad, que sorprendió a todos el que eligiera a un esposo, después de haber desdeñado la mano de un alto magistrado y de otros connotados caballeros…Tan seria en sus afectos que jamás recuerdo que nos hubiera besado. Lloró la muerte de mi padre ante el sagrario y en la oscuridad de la noche, durante veinte años. Jamás se le oyó una queja y soportó los rigores de una viudez pobre con fortaleza edificante. Tan generosa en el perdón de las injurias, que sobre sus rodillas nos enseñó a amar, orando por el que labró su dolor haciéndola viuda” (Autobiografía).
“Cuando ya grandecita, le pregunté en dónde vivía N. N., ese señor que amábamos y que yo creía un miembro de familia por quien rezábamos cada día, me contesto: «Ese fue el que mató a su padre; debemos amarlo porque es preciso amar a los enemigos porque ellos nos acercan a Dios, haciéndonos sufrir». ¡Con tales lecciones, era imposible que corriendo el tiempo no amara yo a los que me han hecho mal!” (Autobiografía). Dolores (la madre de Laura) sería posteriormente una de las primeras religiosas de la Congregación fundada por su hija y murió como tal a los 77 años en 1923.
Laura como niña y adolescente tuvo que sufrir la pobreza y el desprecio de los desplazados, así viviera en la casa de sus tíos, el peregrinaje de casa en casa era tortuoso y humillante. Ayda Orobio, la actual Madre Superiora General de las Lauritas (la Congregación fundada por aquella víctima de la violencia) señala: “Laura Montoya es el reflejo de una gran mayoría de colombianas: víctima de la violencia, desterrada y pobre, pero dueña de una fe a prueba de todo y echada para adelante” [2]
A los 16 años ganó una beca en la Normal de Medellín que le permitió convertirse en maestra de escuela y contribuir al sustento de su familia. No era una maestra cualquiera, su liderazgo y cualificación la llevó pronto a convertirse en una prominente profesora de niñas y jóvenes de familias de altos ingresos en Medellín, experiencia que duró poco ante las críticas duras del alto clero por el estilo de formación abierta que impartía, de esa época es el diálogo con el Builes arriba citado.
En un recorrido por regiones limítrofes al departamento de Antioquia conoció a algunas comunidades indígenas. Encontró que vivían en absoluta pobreza, sometidas a la explotación y al engaño de los terratenientes convertidos en tales a punta de la usurpación de los territorios expoliados a los indígenas a quienes forzaban a ser sus labriegos.
Laura convirtió la causa de los indígenas en su propia causa, a la vez que se sintió llamada a realizar una labor evangelizadora buscando respetar las costumbres de los indígenas. El trabajo no fue fácil, al principio los indígenas tenían sobradas razones para rechazar a ella y a sus discípulas. Se resistían a ser objeto de nuevos atropellos y sumisiones. El tesón y la actitud de respeto logró que poco a poco los indígenas las aceptaran y las acogieran como sus amigas y promotoras al encontrar que realmente los estaban acompañando en la defensa de sus derechos.
Al rechazo manifestado por gamonales y terratenientes se sumo, el más complejo y difícil para las religiosas, el del clero. El Obispo de la región, Monseñor Arteaga y el mencionado Obispo Builes veían con desconfianza la labor adelantada por el grupo de hermanas en medio de los indígenas. Los sacerdotes carmelitas y eudistas celosos por la incursión de las religiosas en “sus territorios” las atacaron, un grupo de sacerdotes sorprendidos por la acción de este grupo de mujeres pidieron al Obispo que les había dado el permiso de funcionamiento que las clausurara como comunidad religiosa, puesto “¿Qué pueden hacer esas pobres mujeres, metidas en el monte, sin el respeto de ningún varón, ni asistencia espiritual ninguna?
Contra viento y marea Laura y las siete u ocho amigas, germen de la congregación fundada, resistieron y probaron con creces que se podía dignificar la vida en medio de las comunidades indígenas: salud, alimentación y educación fue una tesonera labor que fructificaba al lado de la amistad y el respeto. Tan significativo y visible fue el impacto logrado que en los estrados más altos del gobierno se manifestó el respeto ganado a pulso por Laura y sus amigas. En 1910 el presidente Carlos E. Restrepo manifestaba: “Para mí los indios de Antioquia son irreductibles. Pero de todos modos yo les ayudo”. Sin embargo al mismo tiempo el gobernador de Antioquia señalaba: “Cierren esas misiones para economizar los dineros que se gastan en esa locura”. En 1918, el presidente Marco Fidel Suarez exclamaba: “¡Que obra tan provechosa para la civilización!¡Qué honor tan grande para Antioquia el que le dan estas mujeres tan extraordinarias! El cultivo de las lenguas indígenas restaurando la obra olvidada de los Lugos y los Duquesnes”. Finalmente el presidente Eduardo Santos –como señalamos arriba- otorgó a Laura la Cruz de Boyacá[3].
La personalidad recia y corajuda de esta mujer en un medio de dirigencia más que masculina, machista, hace que su labor resplandezca aún más. Fue una líder que motivó opiniones a favor y en contra, dentro y fuera de la Iglesia. No buscó consensos que mantuvieron el statu quo, opto por los pobres y excluidos. Varias columnistas con ocasión de su elevación al santoral de la Iglesia, no dudan en calificarla como pionera del feminismo en Colombia. El relato de su vida y obra, como también sus reflexiones y enseñanzas están consignadas en más de treinta libros de su autoría.
La Congregación de María Inmaculada y Santa Catalina de Siena, según su nombre oficial, popularmente conocida como Religiosas Lauritas han continuada la labor de su fundadora al lado de comunidades indígenas, afrodescendientes, sectores campesinos y pobladores urbanos. Su opción de vida es sencilla, compartiendo la pobreza de la gente, al mismo tiempo que propenden por que se mejore el nivel de vida y se avance en la exigibilidad de derechos. Con gran decisión apoyan a negros e indígenas en la defensa de sus territorios, la labor no ha sido fácil, no han faltado los señalamientos de colaboradoras de la guerrilla por parte del Ejército y gamonales.
Las presiones, incomprensiones y hasta persecuciones que tuvo que sufrir Laura y sus amigas por parte de algunos jerarcas de la Iglesia, fueron la inspiración para el temple del carácter a las religiosas Lauritas que apoyaron a los indígenas Chamí en el Resguardo Indígena de Purembara –en Mistrató, Risaralda- en los años 80 –del siglo pasado-. En ese momento el Obispo de la región Monseñor Darío Castrillón Hoyos –después Cardenal, hoy en uso de buen retiro en Roma- las atacó fuertemente por el apoyo que daban las religiosas a la protección y defensa de la integridad del Resguardo Indígena, parte del cual pretendía la Diócesis de Pereira, presidida por este prelado. Por fortuna la decisión jurídica final se dio a favor de la Comunidad Indígena que era apoyada por las religiosas.
[1] Desde mediados del siglo XIX hasta la postrimería del siglo XX el partido Conservador estuvo fuertemente identificado con la Iglesia Católica. En tanto el partido Liberal, de corte anticlerical -en general- tuvo un comportamiento beligerante contra la Iglesia Católica, hasta expropiar la mayor parte de sus bienes y de manera particular las grandes haciendas de las que era poseedora.
[2] Mojica, José Alberto, Una Santa que hizo patria, en El Tiempo, 12.05.2013, pág. 3 de la Sección “Debes leer”.
[3] Las citas de los presidentes y del gobernador están tomadas de: Restrepo, Javier Darío, Colombia, bajo el signo de Laura, El Tiempo, 12.05.2013, pág. 2 de la Sección “Debes leer”.