Todo ello se hizo de manera furtiva, sin comunicar a los alcaldes, sin consultar a los líderes comunitarios, sin informar nada a la opinión pública.
A los pocos días afloró una tragedia monstruosa. Todos los cultivos de pan coger, los frutales y árboles de las vecindades de los poblados iniciaron un proceso de marchitamiento, y decenas de personas comenzaron a enfermarse con náuseas, afecciones en la piel e irritaciones en los ojos.
De inmediato se reunieron los líderes de los consejos comunitarios y acordaron realizar una protesta masiva buscando detener las fumigaciones aéreas, que también contaminan sus fuentes de agua. Miles de campesinos salieron de sus quebradas y sus ríos, y se agolparon en La Ye durante varios días bloqueando el transporte hacia Risaralda, el San Juan y el Atrato.
El glifosato es un herbicida no selectivo, de amplio espectro, no biodegradable, de clase II, altamente tóxico, desarrollado en Estados Unidos para eliminar, con estrictas indicaciones y controles, hierbas y arbustos. La ex agente especial de la oficina de Antinarcóticos de California, Jackie Long, informó que en dicho Estado el glifosato está prohibido «debido a que los cultivos están en los bosques y están mezclados con los árboles y la maleza. Fumigar con herbicidas destruiría el bosque entero».
Monsanto, la empresa que creó este peligroso herbicida, en uno de sus primeros boletines dijo que «las aplicaciones aéreas deben evitarse si existe peligro de que el químico se ponga en contacto con especies deseables».
La Organización Mundial de la Salud ha realizado estudios donde describe efectos muy serios en la salud y ha recomendado no expandirlo con fumigaciones aéreas.
En Ecuador se documentaron restos de pesticida en la sangre de 23 jóvenes y malformaciones en niños nacidos después de las fumigaciones aéreas.
Un estudio publicado en el Journal of American Cancer Society por eminentes oncólogos suecos, reveló una clara relación entre glifosato y linfoma no Hodgkin (LNH), una forma de cáncer.
El glifosato no tiene una vida breve después de aplicado, permanece en el ambiente por prolongados períodos que van de 60 días a 3 años, y recorre largas distancias llevado por el viento y el agua. Y lo que queda en el medio ambiente lo hace adherido a sedimentos, estado en el que no puede degradarse. Al liberarse nuevamente, se degrada, pero en forma de sustancias más peligrosas aún que el propio glifosato y ocho a diez veces más cancerígenas.
Robert Bellé, director de un proyecto del Centro Nacional de la Investigación Científica de la Universidad Pierre y Marie Curie, de Francia, dijo: «El glifosato es el que provoca las primeras etapas de la cancerización» y calificó la aspersión aérea de este químico como «una locura».
Cuando se fumigan por vía aérea los cultivos de coca con glifosato, se afectan simultáneamente cultivos alimenticios vecinos o intercalados, fuentes de agua, ganado y animales domésticos, escuelas, viviendas, la población y las especies de flora y fauna de áreas selváticas aledañas. Ningún piloto, por experimentado que sea, puede evitar la fumigación indiscriminada cuando aplica plaguicidas desde un avión, y menos en el Chocó, una región ubicada en la zona de convergencia intertropical, lugar donde chocan los vientos cálidos y húmedos de las latitudes del norte y sur, sumados a la fuerte brisa proveniente del Océano Pacífico.
La protesta de los campesinos chocoanos es justa. Han reiterado que exigen la eliminación inmediata de las fumigaciones aéreas con glifosato, que se oponen a los cultivos de coca y solicitan crédito, asistencia técnica, limpieza de ríos, salud, educación, electrificación y vías. Piden erradicación manual de los cultivos de coca, concertada con ellos y acompañada de proyectos productivos.