Tres son las condiciones para que haya una verdadera democracia según Fukuyama: Que el país desarrolle una economía de mercado; que posea un gobierno representativo (ni siquiera participativo) y que mantenga los derechos jurídicos. Pero el concepto de democracia dentro de este contexto es un hombre que se siente verdaderamente libre y autónomamente acepte la autoridad del gobierno, (gobiernos inspirados, tal como lo ha demostrado la historia del capitalismo y su modernidad, en la fuerza de las armas).
Y entonces en Colombia nos encontramos con una izquierda, la que se autodenomina como la más razonable, adhiriendo a la campaña de Santos, no por él, argumentan, sino contra el otro que representa lo más rancio del poder colombiano. ¿Es el fin de las ideologías como lo predijo Fukuyama? Ahora, el escritor William Ospina publica un artículo haciendo una radiografía de los candidatos, y lanza en ristre se le vienen los representantes de la izquierda del sushi, con ataques certeros. Pero lo cierto es que lo único “irracional” que escribió Ospina es que iba a votar por Zuluaga, lo demás es cierto.
Está bien que todos querramos la paz, una palabra cuyo símbolo dejó de ser una paloma para pasar a ser el caballito de batalla electorera. Pero la paz no es un fin, es un camino que se construye, que incluye el modelo económico que el gobierno Santos se resiste a discutir en La Habana. Unos diálogos, que por lo demás, contiene grandes despropósitos, como el discutir a puerta cerrada, sin participación de sectores organizados colombianos, sin las víctimas, sin los campesinos, sin los indígenas, sin los afrodescendientes y sin los estudiantes.
Los colombianos/as no perdemos nuestro espíritu mesiánico, y creemos que determinado candidato va a escuchar las palabras de Bolívar a Rendón en la batalla decisiva del Pantano de Vargas: “Coronel, salve usted la patria”. Y sí, hay un sincero sentimiento de cambiar antes de las elecciones que se transforma “interesadamente” con todos los compromisos políticos adquiridos, una vez se conocen los resultados. Tal vez por ello los colombianos no votan (60% de abstención), porque saben que la promesa del actor-protagonista (candidato) es que “todo cambie para que nada cambie”. Tal vez por ello persiste el bipartidismo, porque los abstencionistas no son un partido e igual legitiman el sistema.
En conclusión, estamos ante un muro vergonzoso, no sólo para la izquierda, sino para el movimiento social colombiano. La oligarquía se ríe pues uno u otro candidato va a seguir representando sus intereses, a su estilo tal vez, y no temen que se les cuele algún Chávez o algún Gaitán. Los colombianos seguiremos en la misma, obnubilados por una paz que no pasa por conceptos nuevos como otro modelo de desarrollo, soberanía, empleo decente, agua potable, mejor educación, buena salud, defensa del medio ambiente, interculturalidad, etc. Aún creemos que la paz es el silencio de los fusiles de una parte de los contendores y no la solución de las causas que dieron origen a tanta violencia desbocada.
¿Qué va a pasar con las comunidades negras e indígenas del Pacífico colombiano? ¿Seguirán con sus territorios invadidos por militares, empresas y retroexcavadoras de todas las calañas irrespetando su gobernabilidad, y de lo cual ninguno de los candidatos ha hecho mención? Estos pueblos, nuestros pueblos cuyos votos jugarán un papel importante no están en las discusiones de por qué este candidato sí y el otro no. Ellos están por sobrevivir, porque así, desde siglos, los han obligado. Hoy a todo el pueblo colombiano lo presionan a escoger entre la caca de perro o la caca de gato: ¿En dónde quedó la dignidad?
PD. «¿Y qué es la dignidad?”, me pregunta un académico que nota que no tomo posición ni por uno ni por otro candidato. Y yo respondo, la dignidad no es coyuntural, es la cosecha de lo que he sembrado si lo he hecho a conciencia. Y la conciencia me dice, como le dijo a Álvaro Salom Becerra: “Al pueblo nunca le toca[1]”.
[1] Apartes de la obra de Al Pueblo nunca le toca:
«Alguna vez Casiano le decía a Baltasar:
“¿Qué es el pueblo? Para mí es un rebaño de indios analfabetos y henchidos, de obreros ignorantes y desnutridos, de empleados impotentes como tú…”
Cada vez que escuchaba algo así, Baltasar se marchaba indignado por la elocuencia de su amigo. Continuaba diciendo:
“…el pueblo no es más que un rebaño manso y sumiso, manejado por unos pastores audaces e inescrupulosos que son los políticos de uno y otro partido, que hacen con él lo que les da la gana…”.»
Tomado de http://la-pasion-inutil.blogspot.com/2009/04/alvaro-salom-becerra-al-pueblo-nunca-le.html.