Por: Leyner Palacios Asprilla
Tal vez el drama más grande que tiene Colombia es el haberse acostumbrado a contar asesinatos masacres, amenazas, secuestros, mutilaciones, violaciones, torturas, desplazamiento y desapariciones forzadas. Dentro de este desastre hasta se ha hecho una escala de posicionamiento o reconocimiento de tales expresiones de violencia, a tal punto que el horror de los cuerpos expuestos atrapa el efímero recuerdo que queda en los televidentes o de los radioescuchas, o de quienes ven los videos que circulan en las redes sociales, pero la memoria es aún más pasajera, y en miles de ocasiones ausente, ante el inconmensurable dolor que produce la desaparición forzada que ha generado el conflicto armado.
Un trabajo del esclarecimiento de la verdad, como pilar de la construcción de paz y reconciliación, es precisamente contribuir al hallazgo de esos seres arrancados en medio de operativos militares oficiales, de acciones encubiertas, de actuaciones de guerra de todos los actores no estatales y la Fuerza Pública. Pero lo primero en este ejercicio ha de ser ayudar a nuestra sociedad a tomar conciencia de este crimen atroz, ante el cual solo guardamos silencio o seguimos el insoportable justificativo del “algo habrá hecho”, o “por algo será”.
La geografía colombiana está inundada de este flagelo. El crimen de la desaparición forzada no puede ser un número más, debemos mirarnos al espejo de la catastrófica cifra de 80.472 personas dadas por desaparecidas, donde la inmensa mayoría se localiza en el eje del escenario de la guerra que aún no termina, como bien se grafica en la “Cartografía de la desaparición forzada en Colombia”[1].
Cuando la mirada la dirigimos a cada territorio, a cada departamento, es inevitable sentir el escalofrío estremecedor, como lo vivimos desde el Pacífico y Suroccidente, pues globalmente en Chocó, según el CNMH, se registra la desaparición de 1593 personas, en Valle 3874, en Cauca 1488 y en Nariño 2292, para un total de 9.247, es decir tres veces que en todo el tiempo de la dictadura de Pinochet en Chile.
Es muy triste y dolorosa esta incertidumbre de no saber si están vivos, o muertos, y sobre todo sin conocer dónde están. Realidad ésta que impacta de manera directa a por lo menos a más de 400.000 colombianos, si solo tomáramos que cada desaparecido se relaciona con 5 personas. Pero nos impacta a los cerca de 50 millones de colombianos dado que nos declaramos como un Estado Social de Derecho, el cual no puede permitir que esto continúe, pero lamentablemente la desaparición forzada no es un hecho del pasado, dado que hoy sigue aconteciendo. Todo este fenómeno, producto del prolongado conflicto armado interno, el cual se debe saldar mediante la implementación efectiva del Acuerdo de Paz firmado entre el Estado y la exguerriilla de las FARC y negociación política con la insurgencia aun activa.
Para que la búsqueda de las personas dadas por desaparecidas en el marco del conflicto armado produzca sus frutos es necesario que se abran los archivos clasificados de las diversas expresiones de la Fuerza Pública, de sus unidades de inteligencia, en particular del antiguo DAS y del ejército, al igual que se aporte toda la verdad por parte de los actores no estatales.
El sentimiento de compasión, entendido como asumir el dolor de las víctimas e integrarlo en nuestras vidas para el resarcimiento de sus daños, debe calar en lo más profundo de nuestras conciencias, por ello la sociedad entera debe apoyar de manera irrestricta su búsqueda y cerrar toda posibilidad de repetición de este crimen.
Estas voces y acciones no pueden limitarse a ser expresadas en el día internacional contra este delito, pero que al decirlas hoy se renueve dicho compromiso para que no haya más una sola persona desaparecida.
[1] https://colombia.desaparicionforzada.com/