Y tienen toda la razón. La violencia no los deja respirar ni en las calles ni en las montañas que rodean ese bello mar de El Morro y Bocagrande, donde antes veíamos una “luna plateada y el mar bordando luceros en el filo de la playa”, como cantara el maestro Faustino Arias Reynel.
Un día llegaron los enviados de la muerte , ‘Urabeños’, ‘Rastrojos’, Farc y ELN y arrasaron con todo, hasta con el arte de aquellos orfebres que antaño tejían esas preciosas joyas en filigrana que lucían las señoras de la ciudad , orgullosas de la calidad de oro que brotaba de los ríos aledaños y que extendía su fama a Guapi, Timbiquí y Barbacoas. Y para colmo de males, las rutas del narcotráfico con los carteles mexicanos se tomaron el mar Pacífico y tiñeron sus aguas con la sangre de los cadáveres que botan todos los días.
Los muertos suman varios cientos , y a pesar de todo sus habitantes, religiosamente, encienden sus veladoras en la Plaza de la Memoria para nunca olvidarse de estas épocas aciagas, que ojalá algún día no lejano supere esta tierra de gentes buenas y trabajadoras.
Ahora completan 18 días sin energía por cuenta de la enésima voladura de torres eléctricas por cuenta de las Farc E.P., Ejército del Pueblo como se autodenominan a pesar de sumir al pueblo en la más absoluta miseria, porque , sólo este año “el comercio ha perdido más de $1000 millones”, dice Jaime Bedoya, Director de la Cámara de Comercio local.
Está la gente entre asustada e impotente. “No entendemos lo que quieren las Farc con Tumaco. Estamos arrodillados ante la delincuencia, porque con estas voladuras y las anteriores le pegaron un batacazo a las canillas del pueblo, y estamos desesperados”, dice Felipe Uribe en representación de quienes, a pesar de todo siguen creyendo que algún día podrán trabajar en paz.
Ni hablar del lamento de hoteleros y operadores turísticos. Hoy sus negocios presentan 80 % de desocupación y siguen las cancelaciones de reservas mientras “nos consumimos en este infierno”, comenta Pablo Flórez, coordinador del sector. Y advierte: “no solo es la quiebra actual. Lo peor es que esa imagen queda en el turista. Quién va a venir a un sitio sin luz y atacado permanentemente”.
Las escuelas están cerradas y “lo peor es que los niños tampoco han podido volver a los comedores escolares , y esto en esta población que cuenta con 40 mil estudiantes, es gravísimo para ellos y para sus padres. “Están aguantando física hambre”, dice el profesor Ricardo Castillo. En la salud, las cirugías son imposibles por la falta de energía, y los pacientes graves “hay que trasladarlos a Pasto, con los riesgos que implica este largo viaje que los pasa del nivel del mar al frío de la capital”, cuenta alguien que trabaja en el viejo Hospital San Andrés.
Y la tapa: “para poder llevar los productos del mar a Cali y Bogotá, estamos importando el hielo, lo que nos eleva los costos de una forma que no es rentable ni para nosotros ni para los compradores”, se lamenta Hernando Prieto. Además “estamos asfixiados por los bancos que nos aprietan porque no podemos cumplir”.
Sobre el tema de la seguridad, dicen decepcionados los tumaqueños en los corrillos: “aquí no han podido con esto. Las autoridades no dan respuesta y creen que la solución es llenarnos de policías y navales y los inútiles agentes de la DEA que no salen de las playas y las piscinas, mientras los otros siguen acabando con lo poquito que nos queda”.
Esta es la triste radiografía de este “puerto del olvido”, como alguna vez lo llamé cuando me mostraron “los límites invisibles de Viento libre” y los otros barrios que la delincuencia “cierra a las 5:00 p.m.”, y los retratos de las víctimas alumbrados con una veladora mientras la gente espera que los cacareados TLC no signifiquen que Tumaco está Lejos de Colombia, sino que sean, de verdad, tratados que saquen al puerto de esta tempestad que lo consume.